jueves, 19 de junio de 2008

ESCALANDO FONDOS

Ocurrió un día, no se qué día ni de qué mes, sólo recuerdo que el aire era cálido, que olía a flores frescas y que se podía escuchar el canto de los jilgueros, por lo que sospecho que estábamos en primavera. Había pasado mucho tiempo desde aquel día de verano en que la fatalidad me dejó el alma negra. Llevaba con esa negrura al menos tres años, suficiente tiempo como para que hubiese desarrollado cierta costumbre adictiva a ella. Ciertamente, no todo aquel tiempo había sido así, lo peor se dio en el primer año, en el que cada segundo que transcurría era un cuchillo que traspasaba mi corazón, recordándome ausencias, pérdidas, recuerdos, soledades, sueños rotos, besos vacíos, injusticias, dolor y más dolor...
Es difícil describir la sensación de tocar fondo, un fondo tan horrible que llegas a imaginar que el infierno no puede ser peor, donde la angustia aprieta tanto que el único analgésico posible es dejar de sentir entre los brazos de la muerte. Ésa era la única forma en que conseguiría dejar de dormir, dejar de soñar y dejar de despertar, porque ese ciclo cruel donde desapareces por unas horas entre sueños que te devuelven al pasado y te dibujan un futuro que ya nunca será, para después acabar inexorablemente abriendo los ojos y enfrentándote a la traición de lo onírico y al peso de la realidad, ese ciclo es, sin duda, la mayor tortura.
Pero, aún en el fondo más oscuro, puedes encontrar pequeños puntitos de luz que te señalan la posibilidad de alguna salida y, aún sin fuerzas, decides darle una oportunidad a la vida y te vas dejando llevar por el compás del tiempo y van pasando nuevos segundos, que poco a poco se computan por minutos, luego por horas, después por días..., hasta que, casi sin darte cuenta, tu percepción del tiempo comienza a normalizarse.
Había pasado casi un año cuando comencé a sentir la necesidad de subirme de nuevo al carro de la vida. Lo hice, pero inevitablemente lo hice con expectativas demasiado elevadas, esas que construyes bajo el cielo protector de seres queridos que, como si fueras una niña, te prometen un mundo feliz para no verte llorar más. Pensé que todo sería un camino de rosas, pero no fue así, porque ahí afuera no todos son seres protectores y no a todos les importa que llores. En aquel mundo nuevo para mí, viví mis primeras caídas con una vulnerabilidad tan desmesurada, que el que hubiese sido un daño lógico en otra realidad, en aquella se multiplicaba por mil.
Durante bastante tiempo, me caí y me levanté muchas veces. Con cada recaída mi mente exacerbaba el dolor pasado y lo mezclaba con el presente, creando una aleación peligrosa que me llevaba a querer tirar la toalla. Sin embargo, finalmente, conseguía ganarle la batalla al dolor, dejando cada noche la almohada empapada de lágrimas y despertando a nuevos soles por la mañana que me regalaban un nuevo motivo para vestirme, maquillarme, cargarme de valentía y salir de nuevo al mundo.
Uno, dos, ¿tres años...?, juraría que sí, que en aquella mañana cálida de primavera, con jilgueros y aroma de flores, habían transcurrido casi tres años desde aquel día negro. Acababa de despertar, me lavé la cara y me dirigí a la cocina. Estaba desayunando con la radio puesta, cuando me descubrí riéndome a carcajada limpia con uno de esos sketch radiofónicos. Me detuve a saborear aquella sensación y me sorprendió sentir algo que no pensé volver a sentir jamás: ¡era alegría!, me reía con ganas de verdad y no podía parar. Llevaba tanto tiempo intentando controlar cualquier emoción positiva por miedo a volver a encontrarme con otra nueva pérdida, que se me había olvidado algo tan sencillo como explotar de risa en un acto casi automático, inconsciente. La sensación fue recorriendo todo mi cuerpo, inyectándome una energía extraña que parecía abrir todos mis receptores a una velocidad extraordinaria, limpiando melancolías a su paso, venciendo resistencias y despegando mis ojos hasta poder percibir los colores de la vida.

Allí estaba yo, un día cualquiera, descalza, con una camiseta vieja, sentada frente a mi café con leche, con un paquetito de galletas maría en la mano, mientras experimentaba una revelación increíble. Sentí un deseo enorme de respirar el aire fresco, me levanté y corrí hasta la terraza, era un día precioso, cómplice de mis emociones. En ese momento fue cuando las sensaciones se grabaron como un recuerdo de brisa cálida, canto de jilgueros y aroma de flores, allí fui consciente de que estaba viva y viviendo.
Fui flotando hasta mi habitación, me vestí y fui hasta el baño para arreglarme, al situarme delante del espejo me reencontré, las sombras se habían ido, ya no veía la imagen de un ser gris, mis ojos brillantes y aquella gran sonrisa en mi cara eran la prueba de ello. Me puse a pensar sin dejar de mirarme en el espejo, aquello no era fruto de un día, llevaba mucho tiempo luchando por poder sentirme así, y ahora tenía todo el derecho a disfrutarlo, me sentí merecedora, por fin, de una vida mejor. Hacía ya tiempo que mi alma había comenzado a curarse y que las vivencias positivas empujaban fuerte, pero la curación también vino de la mano de las vivencias negativas. Todo había cumplido su papel en el proceso, ahora lo veía claro, sin las caídas nunca hubiese llegado donde ahora me encontraba.
El dolor quería partir y decidí no retenerlo, ya era pasado. Mi presente estaba preñado de ilusiones cotidianas y no me iba a resistir a ellas. Tenía tantas cosas por las que dar gracias, cada día estaba lleno de acontecimientos bonitos y cuánto más me abría a ellos, mejor me iba sintiendo. Me di permiso para ser feliz, sin culpabilidad por abandonar el dolor y sin miedo a volver a sufrir. De todas formas, lo que estuviese por venir, vendría igualmente, pero sólo cuando llegase comenzaría a preocuparme de encontrar el modo de afrontarlo. Y, desde entonces, comenzó a llenarse de vida mi vida.
Aunque la memoria del tiempo me falla (saludablemente), hay sabores, sentidos y aprendizajes de experiencias que nunca se olvidan. La vida me enseñó que, a veces, hay que dar una oportunidad al tiempo para poder ver las salidas, que el dolor te ayuda a crecer y a afrontar otros dolores venideros, que el camino andado siempre sirve y siempre te conduce a nuevos caminos, que permitirse la alegría es tan necesario como permitirse la tristeza, que el dolor pasado ya hizo su función curativa y que ahora ya no existe ni tiene sentido, que el presente nos guarda muchas sorpresas bonitas, pero que debemos ser nosotros quién las abramos, que intentar controlar la llegada de lo bueno para evitar el dolor de su pérdida, sólo nos arrastra a un círculo vicioso y absurdo que nos convierte en seres que viven una vida irreal.
Sentir, amar, llorar, reír, subir y bajar, en los extremos y en el equilibrio, son procesos necesarios e inevitables en todo ser vivo. Y, después de todo, con sus caras y sus cruces, creedme, la vida es bella.

4 comentarios:

Avatar Psicólogos dijo...

Que te voy a decir del post Cristina, que pones luz en la oscuridad, que abres caminos y cada vez que haces el esfuerzo de teclear en el ordenador nos haces un regalo. Gracias

el piano huérfano dijo...

yo si te puedo decir Cristina, que me sacas las palabras de la boca, que haces que mi vida gira a otro sentido que me quitas la venda de los ojos, y por tus palabras haces que me sienta afortunada, puedo ver
es un milagro que un ciego pueda ver..tu has hecho ese milagro conmigo...
Aqui me tienes con mucha sed a tus palabras, fiel a tus letras, rendida a tus propuesta - le voy a dar otra oportunidad a la vida.
Gracias

Cristina dijo...

Avatar, tú sí que pones luz en la oscuridad, quizá la mayor parte de la que me guía a mí al teclear en el ordenador. Gracias a ti.
Ufff, pianito de mi corazón, qué decir a tus palabras, si yo he conseguido todo eso contigo, ya puedo morir tranquila. No sabes lo feliz que me hace saber que estás dispuesta a darle otra oportunidad a la vida, la tuya de verdad lo merece. Un abrazo muy, muy grande.

el piano huérfano dijo...

si, cristina
cuesta creer, pero las palabras para mi, tienen un valor especial,los mensajes que mandas desde tu blog se entiende y hace reflexionar, asi de simple, asi de sencillo, asi de milagroso.
quizas te abrumo con todo eso, pero de verdad que es asi.