lunes, 22 de diciembre de 2008

RAÍCES


Columpiándome, columpiándome, entre va-i-venes, idas y regresos, limpiezas de armarios, despedidas y bienvenidas, balances, controles y recuentos, consolidaciones y afianzamientos, sueños rotos y sueños renovados, agradecimientos y decepciones, filias y fobias, derribos y construcciones, ires y devenires.., los días pasan, la gente pasa, la vida pasa y yo me he quedado abstraída contemplando, mirando las musarañas, sin avanzar, sin retroceder, escuchando a mi alma.


Ella necesita algo, me lo susurra suave, lleva tiempo balbuceando algo, pero no podía oírla, demasiadas interferencias. He apagado el ruido y le he dejado hablar. Son raíces, ella quiere raíces. Difícil misión en una tierra tan oscilante, pero, en mi promesa de ponerle ganas, le pongo. Y aquí estoy, apretando mis pies contra el suelo, los hundo poco a poco, pero no me hundo yo, sólo ellos, y voy echando raíces. ¿Florecerán algún día?, yo no lo se, mi alma tampoco, pero yo hinco, clavo, aprieto, empujo, con fuerza, con mucha fuerza, con ganas, con corazón.


Por mi, por mi alma, porque lo necesita, porque lo necesito, porque necesitamos raíces.


lunes, 1 de diciembre de 2008

EL COLUMPIO


Observo el paisaje desde mi columpio, hoy tranquila, reclino mi cabeza hacia atrás y me veo ayer. Hoy soy mis pensamientos los que oscilan, no mis emociones, y comienzo a dudar si la serenidad, la estabilidad y el equilibrio perfectos serán tan sólo quimeras. Me pregunto si estamos condenados a la variabilidad. Pierdes el norte un día, lo recuperas al siguiente; extravías la fe, practicas el ritual de San Cucufato y te la vuelves a tropezar tirada unos pasos atrás; lloras amargamente una noche entera y un día después, tomando un café con un amigo, te estás riendo a carcajadas de tu patetismo del día anterior; unas horas antes ves fantasmas por todas las esquinas y unas horas después se difuminan dejando paso a los abrazos de ángeles; te quieres morir una noche y dos despertares más tarde te quieres beber la vida a tragos…

Los juegos de sombras y luces columpian nuestra existencia en un bamboleo constante, lo veo todos los días y me muevo bien como cayado para el desequilibrio de mis cercanos, pero me cuesta aceptar el vaivén cuando son mis pies los que se tambalean. Somos seres emocionales y las emociones no entienden de linealidad, se curvan, se retuercen, se bajan y se suben, zarandeándote a su compás y, si te resistes a ellas, es peor porque tienen el don de quedarse rezagadas en recovecos insospechados macerando el efecto gaseosa, ese que cuando llega no sólo te descompensa sino que te manda a las antípodas de un solo golpe.

En días como hoy, en que mi columpio mantiene cierta armonía y me permite ver el cielo despejado, percibo con transparencia los claroscuros de la realidad y acepto mi naturaleza humana, esa que a veces me hace morir y otras veces vivir y que, después del balanceo, casi siempre extiende a mis pies una red de tentación que me quiere atrapar entre la vergüenza y la culpabilidad por haber pensado, sentido, deseado, y después haber pensado, sentido, deseado distinto; vergüenza y culpabilidad por mi inestabilidad e incongruencia. Pero en días como hoy, desde mi columpio tranquilo, venzo todas las tentaciones y simplemente acepto. Soy humana, sencillamente humana.






martes, 25 de noviembre de 2008

SI PONGO CORAZÓN

Si pongo ganas
Si pongo corazón
Si la ilusión me alcanza
Si le echo ganas
Puede el viento y puedo yo
Llenar de aire las alas

Si pongo corazón

Déjame volar
Aunque tropiece con el cielo
Hay noches estrelladas
Y días que se estrellan contra el suelo
Déjame intentarlo
Aunque tropiece
Son mis sueños
Si aguantan las estrellas
En una de estas noches contra el viento
Yo despego

Si pongo el alma
Si me permites tú
Si Dios no da la espalda
Y si vuelco en ganas
Puede el viento y puedo yo
Llenar de aire las alas


Si pongo corazón...

PARA EL QUE VUELA CON LA QUE VUELA, REGALÁNDOLE FE PARA COMBATIR LA DESCONFIANZA Y SONRISAS PARA LUCHAR CONTRA LAS LÁGRIMAS.


SIGAMOS PONIENDO CORAZÓN...

jueves, 20 de noviembre de 2008

LA MALDITA

Maldita desconfianza, ya sabía yo que aparecería con sus manos negras ensuciándolo todo y, por más que me entregué, por más que abrí mis puertas de par en par, por más que di, por más que luché, ella hizo su aparición escapando a mi control, porque en ningún momento estuvo en mis manos.

Entró por un hueco del descuido, estúpida, traidora, con su cara de reina de la fiesta, mirándome por encima del hombro, triunfante y vencedora soberbia, diciendo aquí estoy yo para volverte a estropear la vida. Y yo, que limpiaba afanada, que por fin me imaginé moviéndome en un mar de pureza, que me permití creer por unos instantes en la honestidad y en valores que ya daba por perdidos y que ahora no puedo ni mencionar... Yo, crédula, insensata, simplona, ilusa, tonta, imbécil, caricatura de mí misma, absurda, ridícula y grotesca, me veo hoy lapidando mis pasos hacia la fe con los desconchones de mis paredes deshechas. Tal vez me precipité en construir tabiques sobre el aire, desoyendo los consejos que me hablaban de la prudencia de asentarse sobre sólidos cimientos, tal vez veneré a dioses con los pies de barro, tal vez fui victima otra vez de mis quijotadas, tal vez no estoy fabricada para navegar en las aguas de este mundo frívolo…

Hoy no tengo respuestas, no hoy que no consigo salir de mi asombro, de mi desilusión, de mi desencanto, de mi flagelación, de mi autoagresión, de mis ganas de desaparecer de este perverso mundo donde la gente con sueños es pisoteada, machacar al prójimo es un triunfo, la mentira siempre sale impune, mantener ideales provoca la risa y el insulto, el que más oprime es el que más triunfa, burlarse del otro está de moda, la lucha por los valores es motivo de duda acerca de la cordura de alguien y la inocencia no sólo no se respeta, sino que se desprecia.

Hay que ser implacable, amigos, este mundo es una selva y para sobrevivir debemos educarnos en la pedagogía de la superficialidad, de la hipocresía, del aprovechamiento de los demás, de la fabricación de verdades inventadas que nos conduzcan a la funcionalidad y al pragmatismo, y sobre todo a extraer ganancias, sean de tipo que sean, eso sí, lo importante es no salir perdiendo nunca. Enseñemos correctamente a nuestros sucesores: la gente limpia no va a ningún lado, las utopías son demencias disfrazadas, los valores son el opio moderno del pueblo, la empatía es un invento de los más espabilados para distraer a los ingenuos y llegar los primeros a la meta.

Y, amigos míos, la vida no es ningún sueño, aunque, eso sí, los sueños, sueños son.

domingo, 16 de noviembre de 2008

LA MAGIA DE LAS PEQUEÑAS COSAS


La magia de las pequeñas cosas, cuántas veces tendemos a olvidarla y cuántas veces nos descubrimos siendo felices por ella. Con la inocencia de una mañana otoñal, amaneces en tu tierra, te desperezas disfrutando el dulce sabor de un mensaje que luce en la mesilla y que te recuerda que hay alguien que sueña contigo, te detienes unos instantes a mirar las grietas del techo blanco recordando tantos momentos en esa casa añeja y balanceándote en la incredulidad de la transformación de tu vida. Palpas tu cuerpo debajo de las sábanas, asegurándote de que todo se halla en su sitio y frotas tus ojos para comprobar que ya has salido del sueño. -Sí, estoy aquí-, te dices, -soy yo, la que soñaba hace años con una vida distinta, pero ésta es la que tengo y me gusta, a pesar de no ser la soñada, a pesar de no haber logrado la vida perfecta de aquellas películas que colaban sus engaños del sueño americano por la pequeña pantalla en blanco y negro, a pesar de las pérdidas y fracasos, a pesar de haber transitado por los años sin esos grandes éxitos y eventos con que decoraba mi ilusión de princesita estúpida, a pesar de todo, me gusta lo que hay, lo que vivo, lo que soy. Este es mi hogar, mi cama, mis olores, mis colores, ése fue mi pasado y éste es mi presente, ¿pasó aquello?, sí pasó, ¿es real lo que vivo?, sí lo es, ¿y ese mensaje?, sí también-, y vuelves a leerlo…

Hace frío, mucho frío, un frío que te cala los huesos y es que, en estos caserones de antes, ni siquiera una buena calefacción es eficaz. Te lo piensas dos veces más, mientras escuchas los dibujos en la tele que tu sobrina tiene enchufada desde las ocho de la mañana, aunque sea domingo. Coges impulso y te atreves a dar un salto al suelo helado, te colocas rápido lo primero que pillas para abrigarte un poco y bajas las escaleras. Desayunas (sin diamantes) en la vieja cocina del pueblo rodeada de pucheros entre el aroma del buen café de tu madre y, acompañándote de fondo, su voz y la de la radio al unísono. Este café con leche no sabe igual que el tuyo, ni que el de nadie, porque es el café con leche de tu madre, único, sin igual. Unas galletillas maría y unas magdalenas, no hay nada como mojar esas delicias en el líquido marrón mientras tu madre cacharrea y te cuenta de la vida: que si ¿tú cómo estás?, que si yo lo que quiero es que estés bien y veros felices a todos, que si ojala tu padre y yo tengamos salud y podamos disfrutaros los años que nos queden, que si ojala que tengas suerte esta vez y te vaya mejor en la vida, que si ¡ay, hija mía, qué a gusto estoy hablando contigo!, que si os echo mucho de menos, que si estaba deseando cumplir la edad para jubilarme y poderos disfrutar, que si ¿qué te parece si hago de comer una sopa y unas albóndigas o a lo mejor tu hermana quiere otra cosa?, que si esto, que si lo otro… y tú te vas dejando acariciar por este momento que antes tan sólo veías como pura rutina, pero que desde esta edad ya has aprendido que esto es lo único verdaderamente importante y rezas para dentro para que haya muchas mañanas como ésta, desayunando entre los pucheros y la cháchara de tu madre y, entonces, sin querer, se te escapa una mirada de tristeza hacia su delantal.

Realizas las tareas de costumbre en esa casa, lo primero es lo primero, hay que poner orden y limpieza dejando el rastro del olor amoniacal de pino por todos los rincones, las camitas bien hechas, la ropa ordenada, la estufa al rojo vivo y la leña preparada para la próxima calda. Te aseas, te vistes a lo Lara Croft y decides ir a pasear por tus viejos montes con tu sobrina y un perrillo famélico que le acaban de regalar a tu padre. El pobrecico, por mucho que coma, es todo huesos, -debe tener lombrices- infieres con un aire científico de estar por casa (¡ea, ya ha llegao la lista que to lo sabe!). Coges tu coche adaptado al terreno, subes al perrillo anoréxico y espantadizo encima de tu sobrina y pones la música a todo trapo subiendo por aquellos carriles que cada vez se empinan más y se hacen más estrechos, tanto que si te cruzas con la ranchera de algún ganadero que baja de darle vuelta a las ovejas, casi te tienes que tirar al barranco mientras soportas la mirada de asco que te lanza, adivinando entre sus dientes algo así como “ya está aquí la creída de la capi que p’a un día que viene se cree que to es suyo”. Pero aguantas el tipo, haces una mueca de saludo y tiras para arriba. Llegas al lugar, ¡ay, dios mío, qué gozada, que día, qué luz, qué agua en el arroyuelo, qué sol entre las hojas caídas, anaranjadas, violetas, burdeos..., qué sonidos, qué colores, qué silencio!. El perrico gimotea como diciendo “¿dónde me habéis traído que no me gusta na de na?, ¿qué me vais a hacer?" y tú le miras a sus ojos redondos y le dices -calla perrico, calla, calla y escucha...- Tú señalas los grandes peñones de arriba, las rapaces planeando, el riachuelo, el sembrado de mimbre, los pinos, el camino de piedras, el estrecho… tu sobrina te mira pensando que estás loca y te dice “¿pero qué pasa?” y tú le contestas -nada cariño, sólo la magia de las pequeñas cosas…-

viernes, 7 de noviembre de 2008

DE SOBRA

Me sobran los días negros en que mis ojos no pueden parar de llover tristeza
Las palabras enmascaradas de reproche
El miedo a volar, a sentir, a vivir
Las promesas incumplidas
La incapacidad para el compromiso y la implicación
Los consejos que bajo disfraces bienintencionados ocultan mala voluntad
La envidia escondida entre miradas ofensivas de soslayo
Las inseguridades que alejan del amor verdadero
Las barreras a la libertad
El conformismo pasivo con lo mediocre para evitar el riesgo
Las mentiras envueltas en palabras demagógicas
Los insultos a la inteligencia
La involución de la autoestima a la prepotencia, la egolatría y el narcisismo
La priorización de vivir de cara a la galería por encima de vivir una vida auténtica
Los ojos esquivos que no miran a los ojos
Los besos fríos de labios rígidos, secos y distantes
Los besos que no entornan los ojos
Los abrazos que no envuelven
Los abrazos apartados con palmaditas en la espalda
Los apretones de manos blandas y húmedas
La falta de sensibilidad
La gente que ve la paja en el ojo ajeno, pero es incapaz de ver la viga en el suyo
La gente que no tiene sentido del humor
La gente que desprecia la diversidad de opciones de vida
La gente que no es capaz de amar
La gente que se autodestruye una y otra vez
La gente derrotista, pesimista, fatalista
La gente que encuentra disfrute en el dolor de los demás
La gente que pisa a los otros para inflar su ego
La malicia, la manipulación, la hipocresía, el egoísmo, la soberbia, la antipatía, la vanidad, la fanfarronería, la superficialidad, el materialismo, el clasismo, la intolerancia, la estereotipación, la exclusión, el abuso, la explotación, la violencia, el rencor…

Todo eso me sobra y hoy, que he limpiado mis armarios, lo he hacinado en un montoncito, lo he metido en una bolsa negra con un nudo bien apretado, le he soplado un adiós y voy a bajarlo al contenedor de basura no reciclable.

Hasta nunca, no te quiero, estás de sobra bolsa negra.

martes, 28 de octubre de 2008

SUEÑOS LÍQUIDOS

En medio de la quietud silenciosa de la noche, entre el vaivén de una respiración bradicárdica, un grito rasga el velo oscuro de la habitación, no son sus labios, no ha sido su garganta, entre la agitación de su pecho no hay rastro de sonidos provenientes de sus pulmones, todo permanece inmutable. En las rojas luces digitalizadas del reloj de la mesilla se marcan rotundas las 4:00 y nada más brilla ni mueve la atmósfera negra. Sus ojos se esfuerzan por habituarse a algún punto de luz que perfile sombras o siluetas, pero nada le devuelve una respuesta visual, sólo un débil estímulo acústico de agua rompiendo sobre el tejado, en la calle llueve a cántaros, le relaja esa monotonía del encuentro entre líquido y sólido.

Se recuesta de nuevo sobre su almohada, intentando recuperar un sueño, algún sueño, ¿dónde estaba?, se esfuerza por recordar, había alguien con ella, muchos tal vez, retazos de escenas, brazos, manos, bocas, palabras, dientes, sabores a amargura pasada, pérdidas, traiciones, abandonos, mentiras, decepciones, dolor, lágrimas… Todo es confuso, ¿por qué soñaba con esa persona?, ¿qué tiene que ver con esa otra?, ¿por qué estaba en ese lugar que no se relaciona para nada con aquello?, ¿qué quieren decir esas palabras mezcladas con esas otras?, ¿por qué siente esa punzada en el corazón cuando aquello ya no le afectaba?, ¿y por qué sufre si eso ya pasó?.

Se concentra en el tic-tac-tuc de una gota insistente sobre el cristal de su ventana y el ritmo iterativo la sumerge en sensaciones de congoja que se acentúan progresivamente en sus ojos hasta derramarlos salados sobre la franela que sujeta su cara absorbiendo la humedad de la pena agresora que se ha instalado como un parásito en un breve descuido, en una simple bajada de defensas. El sueño es el vehiculo de la angustia anquilosada, vieja, remanente, bloqueada durante años en un quiste de dolor mal curado. Un dolor que aprovecha el espacio menos consciente para deslizarse como un usurero calculador y miserable enredando angustias pasadas con miedos presentes en un amasijo de pseudovivencias que se agarran como espinas a las venas del corazón a las 4:00 en punto.

¿Dónde están los brazos que la sujetaban entre las sábanas?, no están, hoy no, hoy ella está sola licuándose al compás de la lluvia. Su cuerpo pesa aunque descansa sobre un lecho de látex y, mientras va sintiendo cómo se hunde entre las fibras del colchón, paralizada entre los suspiros del llanto, se va lejos, vuela, vuela… Recorre desde el cielo un mundo diferente, dos ángeles con enormes alas negras la persiguen pidiéndole su sangre, pero ella es más ágil, sus alas son más grandes, su cuerpo puro vapor, sus deseos de volar más fuertes y algo la impulsa enérgicamente y le ancla con seguridad, son unos brazos alrededor de su cintura, los reconoce, son los brazos que siempre la sujetaban entre las sábanas, es él, su ángel blanco navega con ella entre las estrellas de un cielo topacio. Los ángeles negros se quedan atrás, gritando con sus colmillos afilados en medio de la quietud silenciosa de la noche, lanzando espinas que no aciertan al blanco y que acaban cayendo a un suelo alfombrado de pétalos donde se posan los dos ángeles blancos, sin soltarse, sin dejar de abrazarse.

jueves, 23 de octubre de 2008

AHORA QUE HAS LLEGADO


Llegas un día a mí como un ángel sanador, con tus alas de plumas blancas aleteas en mi corazón y me devuelves a la vida, soplas sobre mis ojos y les devuelves la luz, besas mi boca y cortas la sangre de mis heridas, dibujas flores en mi espalda con tus dedos y borras todo mi pasado, me cantas al oído y se me olvida quién soy. Un gesto tuyo, sólo necesito un gesto tuyo para que todos mis motores arranquen en una sinfonía de felicidad trasportándome al país de los sueños, esos que ya creía ahogados por la desilusión. Pero llegas tú con tu llamita y enciendes todas las velas de mi casa impregnando el aire de aromas de primavera y de dulces de caña de azúcar, pintando mis paredes con los colores del olimpo, dejando estelas de música de dioses por cada pasillo que caminas, cubriendo todo con un terciopelo de ternura, prendiendo pasión en cada esquina de mi espacio.


Y yo, pobre ignorante, que creía mi vida bajo mi mano firme, llegas tú y con un suave roce de la tuya la haces temblar como al débil tallo de la margarita, ésa que tantas veces deshojé con un NO por respuesta y que hoy, con un temor inmenso al último pétalo, he vuelto a poner a prueba y me ha dicho SI, un SI rotundo y claro como tus ojos cuando me atraviesan el alma, como tus manos cuando me acarician el cuerpo, como tus brazos cuando me sostienen entre las sábanas, como tus labios cuando beben mi esencia.


¿Y eres tú el que pregunta por merecimientos, el que duda, el que se asusta, el que cuando por fin ha hallado a la que vuela recela volar con ella porque teme la distancia con el suelo, el que se sonroja y dice “no seas mentirosa” cuando te admiro y cuando te abro mi corazón de par en par, el que anticipa deserciones imposibles porque nadie querría marcharse de su tierra prometida y porque la que vuela nunca podría volar ya sin sus alas completas…?


Ahora que has llegado, desde esta cumbre de plenitud mis ojos examinan con calma el paisaje desde arriba, observando todo lo que quedó allá abajo en ese valle de lágrimas, de sonrisas, de tropiezos, de aprendizajes y de crecimiento. Y aquí, entre el oleaje de una serena paz, mis pupilas sólo esconden una inquietud que roza el miedo, te he dado, te he recibido, te he mostrado pequeños trocitos de mi alma, de mi cuerpo, de mi pasado y de mi presente, de mis sueños, de mis placeres y de mis angustias, los he recibido de ti, pero aún falta tanto por dar y tanto por recibir, tantos senderos por abrir con el dibujo de nuestras huellas (cuatro, ya no dos) que las oraciones se escapan de mi boca como pájaros libres hacia el viento implorando para que esta vida caprichosa se apiade de nuestras almas y nos regale el tiempo necesario para dar, para recibir, para amar.


Ahora que has llegado, sólo pido eso, tiempo, por favor, tiempo para amar.


jueves, 16 de octubre de 2008

EL CAMINO DEL PRINCIPE

Hace varios meses, antes de tener el blog, escribí este cuento y lo regalé. Hoy estaba buceando entre mis ideas y archivos y me he tropezado con él. Se que no está bien hacer uso de lo que ya se ha regalado, pero también se que a la persona en cuestión no le importará que lo utilice en mi propio blog. Así que, ahí va, por segunda vez para algunos y por primera vez para otros, mi camino del principe.



La luz de la luna penetraba por la ventanita iluminando su rostro, mientras permanecía petrificada en la oscuridad de la habitación observando a través del cristal, esperando, como siempre, alguna señal. Habían transcurrido muchos años desde que pasó por allí aquel príncipe que le enseñó a caminar por el arco iris, que le condujo a verdes parajes colmados de flores hermosas, que le recitó poemas de primer amor, que le llenó de besos y abrazos tan hondos e intensos que aún permanecían clavados en su alma, que la llevó de la mano al edén de los que se aman, hasta que un día se la soltó para dejarla caer al pozo del desconsuelo.

Pero ella seguía esperando a su príncipe, tenía la certeza de que un día regresaría, igual que el primer día, a lomos de un caballo tordo de largas crines plateadas. Por eso, cada noche colgaba sobre el quicio de su puerta un farolito azul que guiara a su amor hasta ella, luego entraba en su pequeña casa, se ponía el vestido blanco con el que él la conoció, cepillaba su melena negra, se prendía una rosa blanca al pelo, apagaba todas las luces y se dejaba acompañar por la minúscula llama de una vela. Se acercaba a la estrecha ventana que miraba hacía el camino de piedras, descorría las cortinas y se sentaba en su silla de anea a observar serenamente la noche. Y así, era testigo de cómo la luna iba atravesando todos sus ciclos, mutando progresivamente cada semana: menguaba, se vaciaba, crecía y, por fin, se manifestaba en toda su plenitud mostrando sus grandes ojos y la mejor de sus sonrisas a su expectante admiradora, quien regalaba piropos a la diosa astro que la magnetizaba (“¡pero, qué cara tan bonita tienes!”). De esta manera, iban pasando los calendarios, las estaciones, los años…y ella seguía esperando sentada en su silla de anea, con su vela, su flor en el pelo, su vestido blanco, su rostro invadido de luz de luna, su farolito azul en la puerta y su corazón encogido, suspendido de una pregunta: -¿sabrá encontrarme de nuevo?-.

A pesar del tiempo, la esperanza no la había abandonado, aunque hubo muchos intentos de matarle la ilusión por parte de personas que habían visitado su casa, personas incrédulas, escépticas, hastiadas por la vida y yermas de fantasía. Pero ella seguía tenaz con su empeño de nutrir y mimar su fe para que no muriese y se decía –el día que mueran mis sueños, moriré yo con ellos-. No obstante, algo sí se había ido transformando, la imagen que ella conservaba de aquel príncipe ya no se ceñía al patrón original, ni siquiera era capaz de recordar con exactitud el color de su pelo y sus ojos, ni la forma de su cuerpo, ni su andar, ni su voz, ni sus facciones… Era como si el paso del tiempo hubiera erosionado los rasgos más visibles, desdibujando poco a poco la imagen del príncipe hasta convertirlo en una esencia, en una emoción fuertemente arraigada a su corazón.

Un día, sin saber por qué, allí sentada, en su nocturna espera, cayó en la cuenta de algo: no recordaba cómo era la luz del sol, ¿cómo era posible?, había olvidado la sensación que producía el sol en su piel, la claridad de su reflejo en las fachadas blancas y el canto de los pájaros ante su majestuosidad. Era terrible, ¿cómo había podido permitir que la luna la embrujara hasta alejarla así del sol?, se había convertido en un ser crepuscular, viviendo entre las tinieblas de una cárcel autoimpuesta. No podía continuar en esa dirección, olvidando otras luces distintas a la lunar, la del farolito azul o la de su mortecina vela, sabía que existían otros resplandores muy hermosos porque los había contemplado alguna vez en su pasado y para volver a ellos tendría que enfrentarse a la claridad del día. Y así fue cómo, esa misma noche, decidió alargar su espera unas horas más, resistiéndose a la tentación que Morfeo le brindaba; y así fue cómo despidió a la luna con un beso lanzado a su cara bonita y se dejó acariciar por el amanecer. Al principio no podía tolerar el brillo del sol, teniendo que cerrar los ojos, pero gradualmente fue consiguiendo mantenerlos bien abiertos y contemplar el maravilloso espectáculo que le ofrecía aquella ventanita. Deseaba mucho más, quería absorber toda la belleza que se derramaba ante ella, quería participar de la orgía a la que le invitaba la naturaleza esa mañana y se lanzó hacia la puerta sin pensarlo dos veces. Se sumergió en el exterior, dejándose hacer el amor por la primavera que se abría paso sin pudor alguno y que, como un apasionado amante, la poseía vehementemente, envolviéndola de frescura, de olor a hierba, de brisa de espliego, romero y tomillo, de polen de flores, de trinos y gorjeos de pajarillos coloridos y del fuego dorado del sol.

Casi levitaba extasiada por esta experiencia cuando, repentinamente, un ruido inesperado le hizo regresar a la realidad. Frente a ella, en el camino de piedras un peregrino trabajaba afanado retirando guijarros del sendero. Después de unos minutos lanzando piedras a los lados, paró a descansar sentándose sobre una pequeña loma verde. Vestía ropas sencillas y limpias y tan sólo portaba un pequeño hatillo con lo imprescindible para su tránsito: agua, comida y un pequeño diario donde se disponía a anotar algo cuando se percató de la presencia de la curiosa observadora. El paseante dirigió su mirada hacia ella abriendo unos hermosos ojos azules que parecían querer desnudarle el alma y entonces, sin más, dijo -¿quieres ayudarme?-, -¿a qué?- respondió ella, -a limpiar el camino de piedras-, manifestó el caminante, -lo siento, pero no tengo tiempo, debo esperar a mi príncipe, puede estar al llegar y debo mostrarle el camino hasta mí-, replicó la muchacha del vestido blanco. El peregrino se detuvo unos instantes observándola con compasión: -¿pero no entiendes que jamás podrá llegar hasta ti, si no apartas todas las piedras del camino?, estas piedras son obstáculos que frenan el avance de tu amor, de tu felicidad y de tu futuro, se han ido depositando aquí durante años cerrando el acceso a todos los príncipes, mientras tú esperabas sentada. Yo puedo ayudarte a despejar la vereda, retirando las piedras hacia los lados, pero al cabo de un tiempo se colocarán de nuevo en el centro, sólo tú tienes el poder para destruirlas por completo y sólo con tu fuerza el sendero permanecerá iluminado y claro-.
Las palabras del mensajero lo volvieron todo transparente y su universo recobró su sentido por completo, ¡parecía tan fácil ahora comprender cuál era su misión!, nada más lejos que seguir esperando sentada. Debería comenzar a luchar por levantar sus barreras, las que le alejaban de su verdadero objetivo, tanto tiempo observando aquellas piedras creyendo que serían las que le traerían a su amor, cuando eran ellas mismas las que bloqueaban su paso. Y empezó su labor al lado del caminante, juntos desclavaron, una a una, todas las rocas, algunas se resistían más que otras, algunas ocultaban pequeños bichitos debajo, algunas pesaban demasiado, algunas arrancaron lágrimas a su propietaria al despedirse de ellas, pero todas fueron deshechas con la voluntad férrea que ella poseía. Así, fueron desandando y limpiando el camino desde la casa hasta su punto original, allá donde todo comenzaba a conducir hacia ella, pero, entonces, descubrió algo insospechado: ese no era un sendero único, no todo empezaba ni acaba en él, no había un solo principio ni un solo final, desde ese camino se bifurcaban infinitas rutas nuevas que conducían a lugares desconocidos.

Giró su mirada atónita hacía el paseante de ojos azules y entonces comprendió que él lo había sabido en todo momento. Tal vez era el momento de dejar aquella casita al final del camino empedrado, su farolito azul y su silla de anea para explorar aquellos otros senderos, tal vez allí se encontraban sus respuestas, tal vez el amor no tenía que volver de ningún lugar porque habitaba dentro de ella… El mensajero sólo necesitó pronunciar: -no tengas miedo, la luz de la luna seguirá acompañándote por cualquiera de los caminos que tomes y el sol continuará regalándote su calor. Busca y hallarás, camina y te encontrarás- y ella adivinó que la esencia de su príncipe también la había estado esperando a ella durante años, encarnada en otros caminos, en otros ojos, en otros caminantes.




domingo, 12 de octubre de 2008

MIS PILARES


Hoy se celebra el día del Pilar, la verdad es que no se porqué unos santos son Vip y otros pasan totalmente desapercibidos y es que hasta para esto parece que hay jerarquías. De hecho de pequeña siempre me provocó ciertos celillos que en mi casa se festejasen por lo alto los santos de mi madre y hermana y el mío pasara como agua que corre. Pero estaba diciendo que hoy se celebra el día del Pilar y yo lo siento como algo especial por dos motivos, porque es el nombre de mi madre y de mi hermana, mis pilaricas, y porque además ellas llevan muy acertadamente su nombre en mi vida, porque ellas son precisamente mis dos grandes pilares, mis dos mujeres colosales. Los motivos para que lo sean son tantos que me llevaría días. Hoy simplemente quiero hacerles mi pequeño homenaje:


¡Felicidades Pilar!, madre de mi corazón, mi columna maestra.


¡Felicidades Pili!, hermana de mi alma, mi contrafuerte de mayor apoyo.


Y, cómo no, felicidades también a todas las (y todos los, que los hay) Pilares.



jueves, 9 de octubre de 2008

LA DESCONSOLADA



LA DESCONSOLADA I

Ocho menos cuarto de la mañana, vestido negro, bolso negro, zapatillas negras, pelo gris recogido en la nuca, rostro marchito, tatuado de dolor. La imagen perenne de nuevo frente a mí, despachándome su amargura a raudales. Un día más aquella mujer esperaba sentada el autobús de las ocho en la parada situada enfrente de mi ventana, día tras día, fiel a su cita, siempre, desde hacía años. La descubrí casualmente una mañana cuando abría la persiana intentando dejar entrar la luz del sol y me encontré con ella, toda sombra.

Esa misma estampa me abría mil preguntas cada mañana y cada mañana volvía a buscarla para encontrar respuestas en algún gesto o postura nueva, pero siempre repetía los mismos, en un protocolo inalterable. Llegaba con el paso cadencioso arrastrando los pies en sus zapatillas negras, se detenía en la paraba de autobús, miraba en su muñeca la hora, arremangaba ligeramente su vestido negro, se dejaba caer en el banco a esperar con la miraba perdida en el infinito, se arreglaba los cabellos grises apretándolos hacia atrás, sacaba de su bolsito negro un pañuelo, desplomaba la cabeza sobre su pecho y se rompía en un llanto callado que atravesaba el alma desde lejos.

No sabía nada de aquella mujer, pero sus lágrimas ahogadas eran suficientes para que cada día sintiera su dolor dentro de mí y, sin que ella lo supiera, yo lloraba con ella escondida detrás de mi ventana. Con el tiempo ella comenzó a formar parte de mi vida, la bauticé como “la desconsolada” y llegué a quererla en el anonimato. Las dudas no resueltas las sustituí por historias inventadas donde yo misma proyectaba distintos motivos personales para sufrir de ese modo y así iba redimiendo mis propios dolores.

Nunca me había encontrado con ella fuera de aquella imagen en la distancia de casi las ocho de la mañana. Pero, después de años observando su perfil doliente desde lejos, un día cualquiera, atardecer de otoño, al doblar una esquina me crucé inesperadamente con una figura de negro; instintivamente mis ojos se posaron en el rostro de aquella mujer ensombrecida, era ella, mi desconsolada. Sus ojos se encontraron con los míos, pero no mostraron ninguna sorpresa, sino más bien indiferencia, cansancio y apatía. Yo no pude evitar una sonrisa de complicidad y cariño hacia ella, era parte mía, aunque ella no lo supiera. Era más bonita y más joven de lo que parecía desde mi ventana, se notaba que el envejecimiento prematuro era artificial, esas canas y ojeras que son somatizaciones de la pena. Me quedé paralizada, sin saber qué hacer, quería coger sus manos y acariciar los surcos purpúreos que hundían sus ojos en la tristeza, pero ella simplemente me esquivó y siguió el camino arrastrando sus zapatillas negras.

Alejó sus pasos lentamente mientras yo, de espaldas a ella, me resigné a proseguir en sentido contrario, pero, de pronto, una idea asaltó mi mente: necesitaba saber más de ella y, sin pensarlo dos veces, giré sobre mis pies y comencé a seguirla furtivamente. Me costaba ajustar mi ritmo al suyo, la lentitud de su desmayado avance agonizaba sobre los adobes de las aceras generando un sonido raspado con cada roce de sus suelas. Tuve que detenerme en más de una ocasión a mirar algún escaparate para darle tiempo a ganarme unos metros. Por un momento pensé en darme la vuelta, pero la intriga y el compromiso que mi desconsolada había sembrado en mí eran más fuertes que el miedo a ser descubierta. Entramos en un barrio empinado, casi no lo pude reconocer porque en algún punto del trayecto me había perdido dejándome llevar únicamente por el señuelo de la sombra negra. Las calles se angostaron poco a poco y noté el peligro de ser delatada entre la indefensión de los callejones estrechos, por lo que me refugié en un soportal y esperé sus movimientos. Por suerte, la mujer se detuvo cerca, frente a una puerta de madera envejecida que era la entrada a una casita pequeña con los tabiques agrietados y manchones oscuros de humedad en las esquinas. Pasó a su interior a oscuras y cerró la puerta dejándome fuera con mis expectativas ardiendo en el alma. Esperé unos minutos, pero nada se inmutaba dentro, ni un rumor, ni una oscilación, ni una lámpara, nada. Se me echaba la noche encima y el frío comenzaba a notarse en mis temblores, me sentía un poco ridícula e invasora de la intimidad de esa mujer sin ningún derecho.

LA DESCONSOLADA II

Estaba a punto de darme por vencida y regresar a casa, cuando percibí un reflejo desde dentro que iluminaba las cortinillas roídas de lo que parecía ser el cuarto de estar de la casa. No pude resistirlo y metí sigilosamente mis narices entre las rejas del exterior de la ventana para poder divisar la situación que se vivía dentro. La escena parecía sacada de una novela de Galdós, era un escenario antiguo, agrio, casi podía oler el rancio de la naftalina desde fuera, las paredes se caían desconchadas, el sofá era una vieja banca llena de cojines de ganchillo con grandes rosetones de colorines, en el centro una mesa camilla con las faldas agujereadas sujetaba encima un costurero y unos cuantos retales esparcidos, en un rincón una mesita con las patas torcidas aguantaba un arcaico televisor en blanco y negro al que le caían por los lados los flecos de un tapete bordado con flores afianzado por un horrible payaso de cerámica sobre él, en el rincón extremo un armario con vitrinas cubiertas con cortinas desde dentro exponía un juego de tazas, platos y figuritas de porcelana pintados con escenas impresionistas.

La mujer de negro mantenía una cajita de cerillas e iba encendiendo una a una las cientos de velitas blancas que quedaban distribuidas por toda la estancia a modo de santuario, según iban alumbrando podían descubrirse siluetas sobre ellas que custodiaban la sala como centinelas estáticos en aquellos numerosos retratos que colgaban de todos los rincones. No podía vislumbrar con claridad los perfiles de aquellas personas lúgubres de rostros extraños, pero parecían femeninos, niñas, adolescentes y mujeres jóvenes vestidas con trajes claros. Cuando acabó la liturgia del alumbrado, mi desconsolada se dejó caer de rodillas sobre los azulejos del cuartito cuasieclesiástico, enterrando su rostro entre sus manos para abandonarse al llanto y a lo que desde la calle me parecieron oraciones o diálogos con aquellos retratos.

Noté cómo subía la pena por mi estómago, haciéndose nudo en mi garganta y sin entender porqué, me encontré llorando con ella de nuevo, pero esta vez la tristeza no era sólo una respuesta contagiosa, había algo dentro de mí que era sólo mío de verdad, algo personal con aquella pena que no lograba entender, pero que necesitaba sacar fuera. Yo también me desmoroné sobre los adoquines helados y dejé que mis ojos vertieran ríos de lágrimas. Perdí la noción del tiempo, pero ya no me importaba y, entre las ultimas convulsiones de mi llantina, decidí que no me iría de allí sin resolver aquel jeroglífico. Aguanté el frío como pude en el portal de al lado y hasta conseguí dar alguna cabezadita hasta las siete y media de la mañana cuando escuché abrirse la puerta de la casa acechada por mí. Me incorporé rápidamente, me froté los ojos, me arreglé las arrugas de la ropa y me dispuse a continuar mi espionaje.

La desconsolada emprendió el camino hacía abajo, supuse que a la búsqueda del autobús de cada mañana, pero esta vez no la observaría desde mi ventana, sino en primer plano. Fui siguiendo sus pasos de nuevo hasta la parada de siempre y observé el mismo drama de las ocho menos cuarto de cada día, pero desde una perspectiva más realista, al lado suyo. Tomé ese autobús con ella, me senté en un asiento del fondo y esperé hasta su bajada que fue la última, la del cementerio. Me recorrió un escalofrío tremendo cuando vi su destino, pero ya no podía echarme atrás, así que bajé allí mismo persiguiendo sus pasitos negros detrás de los grandes portones de hierro que daban entrada al camposanto.

Como era de esperar, se dirigió hacia una tumba, eso no me sorprendió, pero sí lo hizo la amplitud que adquirió aquel espacio de repente, creía recordar aquel lugar más aglomerado, menos oxigenado entre el apiñamiento de lápidas y nichos. Pensé que se trataba de un panteón familiar, pero tampoco lo parecía. No entendí y no intenté entender, simplemente me oculté detrás de un ciprés y observé. Dos ángeles preciosos flanqueaban el monumento mortuorio que, en un paradójico alarde de vida, parecían querer volar. La mujer de sombra se inclinó sobre el mármol y comenzó a hablarle directamente como si alguien estuviese escuchándole, lloraba otra vez y entre sollozos seguía con su discurso ininteligible, cuando de pronto me pareció reconocer algo muy familiar, un nombre, un año, algún lugar. No pude soportar esa duda, ya era demasiado, y me acerqué hasta escasos centímetros de su espalda, ni se inmutó, parecía no verme ni sentirme, por lo que me atreví un poco más. Entonces ocurrió, volví a oír el nombre, el año y el lugar, pero... ¡no podía ser!, ¡dios mío, eran mi nombre, mi año y mi lugar!, ¿qué había pasado?, ¿qué tenía yo que ver con todo aquello?. Sería casualidad, sólo una pura coincidencia.

Miré la lápida y vi que había unas fotografías insertadas en ella, eran similares a las que colgaban en aquella casa, pero ¡era imposible!, ¡eran escenas de mi vida, de mi propia vida, aquella niña, adolescente y mujer joven era yo misma!. No daba crédito. Me situé muy nerviosa frente a la desconsolada y le hablé, le llamé, le grité.., ella no me respondió, pero pude verla claramente, pude comprender con nitidez, todo se abría ante mí. Esa mujer levantó sus ojos inundados de lágrimas hacia el cielo y los vi, eran también mis ojos, ajados, maltrechos, sufridos, pero mis ojos, era yo también, yo llorando por mi propia vida, por mi muerte en vida...

Ocho menos cuarto de la mañana, otra vez el pitido estridente del radioreloj, lo odio. Mi almohada está empapada, pienso que he sudado demasiado, pero me extraña porque no suelo, me llevo las manos a la cara y detecto la causa, mis ojos están llorando a lágrima viva, pero ¿por qué?. De repente recuerdo, la desconsolada, yo, ella, ellas, las muertas, las vivas... Corro hacia la ventana, hoy no hay nadie en la parada de autobús.

Creo que ya he elegido. No elijo ser la desconsolada, no elijo llorar por mi pasado, no elijo hacer duelos de mí misma, no elijo enterrarme...

Hoy me quedo aquí, viva, muy viva.




jueves, 2 de octubre de 2008

CABALLERO DE LUZ




Siempre fue el caballero de luz. A ella sólo se le permitía contemplarlo en la lejanía, sólo pudo robarle instantes de su existencia con la mirada, sólo era un destello fugitivo que siempre acababa evaporándose, una estrella fugaz a la que ella lanzaba sus mejores deseos, pero al fin y al cabo siempre fue el caballero de luz.

Resplandecía luz blanca por todos sus rincones, su ropa inmaculada, que apoyada sobre la cal de las fachadas, desprendía un blanco que cegaba más todavía; sus orígenes de casitas blancas, hilvanadas en la esquinita que su corazón dibujaba entre su recuerdo y su olvido; sus ojos, pura luz, a pesar de no conocer el enigma que escondían; sus manos sanadoras y cristalinas; su caminar limpio y claro como una mañana de abril; su voz, escasamente capturada, también irradiaba rayitos de sol con cada vibración. Y ahora, que había conseguido hacer una pequeña incursión en su alma, ella sabía que ésta también era toda luz.

El misterio de la luz podría haber sido un buen título para su historia, porque ella siempre quedó hipnotizada por esa luz, como una cobra hechizada por la melodía del tumarit, arrastrándose sigilosa a buscar la fuente del imán que le despertó de su letargo. Fue esa luz la que le había dirigido en todo momento, como una estrella de Belén, hacia el manantial de su origen, el caballero de luz.

Ahora la vida le brindaba la oportunidad de descifrar ese misterio y ella, sin dudarlo, tomó el impulso preciso para saltar por encima de la timidez que la había paralizado durante años y aceptar ese regalo con convicción. Fue tan rápido, pasó de nuevo como un chispazo delante de sus ojos, otra vez parecía querer volatilizarse, pero ella no podía permitirlo, una voz interior se prendió fuerte a su cabeza (“este tren es tu tren, cógelo”), dirigiendo con coraje todas sus acciones hacia su encuentro hasta situarse frente a frente intentando aparentar seguridad y despreocupación en la voz.

Por fin, el caballero de luz estaba iluminándola directamente con su sonrisa que se mostraba ante ella como esa claridad cegadora al final del túnel de que algunos hablan. Sus ojos contenían soles, lunas y estrellas. Su voz océanos de miel. Sus manos volcanes de fuego. Sus cabellos campos de trigos maduros. Su cuerpo torrentes de vibraciones eléctricas…

La atmósfera cambió, todo desapareció, todo menos ellos. El misterio de la luz empezaba a cobrar todo su significado.


lunes, 29 de septiembre de 2008

DE MIS VALENTÍAS Y QUIJOTADAS

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, ha tiempo que me educaban para ser una cauta Dulcinea. Sin embargo yo, como perfecta rebelde que lleva la contraria en todo, no recuerdo otra infancia que no sea la de vestir mi realidad de ensueños y osadías. Cual Don Quijote en pleno ostracismo, llenaba continuamente mi cabecita loca con historias caballerescas. Cada noche, encerrada en la soledad de mi habitación, con la mirada perdida en el techo, buscaba escenarios fantásticos donde escaparme por unas horas de aquel pequeño pueblo que limitaba mis tremendos deseos de expansión. Mi familia pensaba que eran cuentos de niña en su etapa del pensamiento mágico, pero a medida que iba creciendo, se fueron haciendo conscientes de que mi identidad se construía en la misma dirección, con la fuerza añadida de un comprometido coraje por las causas importantes.

Y es que uno es como es y si a eso le añadimos ciertas vivencias con poso, uno todavía es “más como es”. Y aquí me encuentro, con el cuerpo adulto y muchas cicatrices a la espalda, blandiendo aún espadas con mi valentía quijotesca y apostando fuerte por la vida, en un empeño que roza lo suicida.

Aún no entiendo muy bien cual es el motivo por el que juego tan duro arriesgando abiertamente y sin miedo a perder, lo entendería si mi apuesta fuese material, pues es algo de lo que puedo prescindir, pero no cuando lo que siempre arriesgo es mi talón de Aquiles, cuando siempre acabo arriesgando mi propio corazón, mi pobre y dañado corazón, que cada día me mira lastimoso suplicando auxilios urgentes y cuidados extremos. Pero los quijotes no nos detenemos ante las advertencias de ningún sancho y cada día me arrojo, lanza en alto, a luchar contra molinos de viento que para mi eran gigantes. Las heridas que traigo de esas batallas son severas, pero aquí sigo arriesgando con fe, a pesar de haber tenido que aprender a fuerza de golpes porqué a mi héroe le llamaban el Caballero de la Triste Figura.

De vez en cuando, algún otro caballero de corazón sensato te recuerda los peligros de ser un huracán de fuerza seis o la prudencia de conducir a treinta por hora, pero poco se puede hacer contra un corazón loco que no sabe hacer otra cosa que seguir exponiéndose a morir a cambio de un abrazo bajo las estrellas, de un beso de miel, de una mirada derretida, de unas manos de terciopelo, de una voz de seda en tus oídos, de un trocito de luna, de un cachito de amor o del atrevimiento de soñar un futuro perfecto...

No estamos en un mundo favorable para caminar sin armaduras, sin máscaras y sin trincheras, pero a mi me molestan estas protecciones y continuo avanzando al natural, sin más. Porque cuando has sido testigo de tanta tristeza, de tantas vidas desperdiciadas que acaban llevando la muerte a cuerpos jóvenes, sabes que no hay tiempo que perder y cuando en medio del desierto te tropiezas raramente con un manantial, no puedes pasar de largo sin beber de él, aunque sus aguas resulten venenosas, aunque eso sea el final para ti. A pesar de todo, es mejor intentar la hidratación que continuar andando con la sed acuciando intensamente, una sed que te llevará al mismo final de todas formas, con la diferencia de no haber intentado, al menos, beber de las aguas que se te brindaron una vez.

Así transito por este mundo, como una valiente con sus quijotadas -absurdas tantas veces, preciosas otras muchas-, cabalgando sobre un rocinante vulnerable, debilitado y casi agonizante, pero, eso sí, cabalgando valiente, sin miedos. Aunque últimamente me preocupa estar desarrollando cierta fobia curiosa. Tengo un miedo, sí, TENGO MIEDO AL MIEDO, un miedo atroz a ese miedo que paraliza a las personas, que las hace esclavas de sí mismas, que las conduce a pequeños castillos de aislamiento, que estrangula sus sueños y que las mata por dentro convirtiéndolas en soldados aprensivos que se retiran del campo de batalla antes de llegar a él. Y así, cada vez que me encuentro con alguien que me habla de sus temores, mi valentía exacerbada se queda petrificada y me echo a temblar.

Lo peor es cuando el temor es A SER FELIZ (t-e-n-g-o-m-i-e-d-o-a-s-e-r-f-e-l-i-z), paradójico, ¿no?. Es como negarse a probar un dulce por si nos gusta demasiado, más bien por si nos gusta demasiado y después lo perdemos. Pero entonces, ¿en que se convierte la vida?, ¿quizá en mantener un estado de frustración crónico para no caer en la frustración? -¿¡qué!?-, ¿quizá en probar sólo aquello que preveamos que nos puede gustar poco para que no duela tanto la posible pérdida?, ¿o tal vez en no degustar nada?, ¿o mejor, en fabricarnos una burbuja de cristal desde donde veamos pasar la vida delante de nuestros ojos?, la vida de los otros, la de los valientes, claro.

Pueden llamarme loca insensata, pero este es mi deporte de riesgo, sí señor, practico la vida y practico la entrega del corazón allá donde creo que la causa merece, a pecho descubierto, sin corazas. Y sigo arriesgando, a pesar de estrellarme contra molinos de viento.

Heridas, haberlas haylas, y duelen, duelen mucho, pero ¿cómo, si no, ser quijote en medio de un mundo de sanchos?.


martes, 23 de septiembre de 2008

REVERENCIA AL OTOÑO

Ya ha llegado el otoño, hoy todo el mundo habla sobre ello. Yo le saludé anoche. Hace tiempo que lo esperaba y lo temía, de hecho este año se adelantó unos meses en mi corazón, ¿y qué hacer sola una noche en casa, escuchando cómo llueve fuera sin parar, mientras el otoño entra ferozmente por la puerta? Nada mejor que ponerse a ordenar armarios y papeles, a limpiar rincones apresurada como si me faltara tiempo para tenerlo todo preparado a su llegada, como si no quisiera pensar en nada más, como si necesitase olvidar lo que se avecina: los grises, los nublados, las lluvias lánguidas, los días plomizos, los atardeceres tempranos, las noches melancólicas, mi cama fría, mi despertar lloroso, mi soledad acentuada exponencialmente.

En mi tarea mecánica me dejo acompañar por la música, siempre me resultó la mejor compañía, transportándome en mis soledades a navegar por mundos fantásticos y cálidos. Esta noche nostálgica me ha dado por recuperar un disco del 2001 que he encontrado desempolvando la estantería del salón. Hoy me vuelvo a sentir un poco Bridget Jones y me dejo llevar por el recuerdo de su primera banda sonora.

El Respect de Aretha me empieza a poner las pilas, noto el calor que sube poco a poco por mis piernas que me piden bailar. Con el It’s raining men comienzan a llover hombres en mi cabeza y el calor sigue subiendo. Me he puesto juguetona y siento un deseo inmenso de seguir bailando, así que suelto el trapito de limpiar el polvo y me dejo llevar entregando mi cuerpo a las sombras de la luz melocotón de la lámpara del rincón. Escuchando Someone like you de Vanessa Williams noto cómo va cambiando mi tono desde euforia hasta sensualidad y empieza a sobrarme la escasa ropa que llevo puesta. La dejo caer en el suelo y sigo abandonándome al momento. El Dreamsome de Shelby Lynne me conduce al delirio entre una cadenciosa letra que libera mi recuerdo, y observo cómo mis curvas dibujan siluetas morbosas entre las sombras de la pared, repitiendo con ella: in the dark I can hear you whisper shadows still, move across the distance … did you miss me…?, did you miss me…? El fuego me desborda y mi piel derretida enciende gotitas de sudor que se deslizan por el surco de mi pecho bajando hasta mi ombligo y de ahí hasta mis muslos, en un deseo a solas que quisiera compartir con alguien más que con Perla, quien lleva rato observándome con su curiosidad felina sentada frente a mi, moviendo su cabecita y preguntándose si me habré vuelto loca.


Cuando llega Pretender got my heart yo ya me he fundido en la hoguera de este aquelarre solitario. Vuelvo a la realidad cuando me percato de un sonido familiar que años atrás me hubiese hecho llorar, pero la tórrida sesión ha hecho que oír All by myself esta vez no me ponga tristona porque, de repente, el otoño no evoca esas sensaciones, sino las imágenes de un río teñido de colores ocres, amarillos, anaranjados y rojos de pasión, evocando en mí los tonos del amor, del deseo y de la fiebre anunciada y también, cómo no, los de la ilusión y la esperanza insinuados en los verdes que aún conserva este bonito bodegón de mi tierra. Me pongo a pensar que ésta es una época de renovación, donde los árboles se despojan de las hojas caducas, permanecen las perennes y se acomoda un espacio para engendrar las futuras, esas que tomarán toda su fuerza dentro de unos meses para mostrarse en todo su esplendor con los primeros rayos de sol. Además, el otoño también tiene sus flores, unas que muestran menos pétalos, unas más micológicas, de esas que necesitan un buen riego estival previo, pero yo he estado regando en profundidad durante este tiempo, así que espero recoger muy buena cosecha en los meses venideros.

Acaba el disco, todo se queda en silencio. Me dejo caer al suelo, semidesnuda, mirando al techo con una sonrisa enorme cruzando mi cara. Realmente –me digo -, esta es la estación más hermosa del año en este privilegiado entorno y comienzo a imaginar un remolino de hojas granates a mi alrededor que me traen susurros del viento quien, guiñándome un ojo cómplice, me dice: ni te imaginas todo lo que te va a regalar el otoño, mi niña.

Ya está, sin darme cuenta he recibido al otoño y qué mejor reverencia para una estación tan bella.


Llevaba días esperándolo, preparándome para recibirlo con tristeza, pero me ha sorprendido él a mí con gran alegría. Me levanto y me dirijo al espejo del pasillo…, guau!, me encanta la expresión de mi cara, tengo los ojos encendidos de vida y de excitación, mi cuerpo se muestra bañado por un brillo aceituna y mi pelo negro enredado entre las ondas que la humedad ha creado. Le hablo a la imagen que tengo frente de mí y le digo sin-vergüenza, cara a cara: mañana empieza una nueva vida, seguro, esta vez es seguro, hay un motivo, un gran motivo para ello, seguro…

lunes, 22 de septiembre de 2008

LAS MARIPOSAS DE ARENA


Un precioso día soleado dos mariposas se encontraron posando sus alas en la ladera de un monte, descansaban sobre los pétalos de dos margaritas idénticas y, mirándose de reojo, enseguida se percataron de que la escena era un reflejo en espejo. Tenían los mismos colores, las mismas antenas, los mismos movimientos, emitían los mismos sonidos, habían escogido flores gemelas y seguían el mismo recorrido.
Una de ellas, atónita por la exactitud del momento, decidió romper el silencio:
-Hola, ¿estás de paso?
-Sí, yo siempre estoy de paso-, contestó la segunda mariposa, -me dirijo al jardín de los sueños, es allí donde quiero morir-
-¡Qué casualidad!, yo también quiero llegar allí, pero tengo un problema, mis alas están algo dañadas y no creo que pueda acabar el trayecto.
-¡Cómo que no!, si eres una mariposa de los sueños, tienes que poder, si lo sueñas de verdad, todo el universo conspirará para que se cumpla- dijo la segunda mariposa.
-Me da miedo, dudo, no se..., creo que prefiero quedarme aquí, es un lugar bonito, tranquilo, no estaría mal morir aquí mismo.
-¡Ni pienses en eso!. ¡Vamos, anímate, volaremos juntas!

Y así fue cómo las dos mariposas emprendieron unidas su vuelo hacia el jardín de los sueños. Soñaron sueños al unísono, cantaron, bailaron, rieron, compartieron las más bellas flores, se revelaron secretos, fundieron sus cuerpos y sus almas... Hasta que, un buen día, las dos supieron que se amaban, pero ninguna se atrevió a confesarlo. ¿Quién iba a arriesgar a que le partieran el corazón, quién iba a aventurarse a ganar, si después tenía que perder?, ¿quién?. Ninguna, ninguna lo hizo. Y, poco a poco, un velo de recelo fue tiñendo su alianza. Es lo que ocurre cuando las palabras se disfrazan para ocultar las verdaderas.

Las deterioradas alas de la primera mariposa habían aguantado bien el duro camino hasta ese punto, pero la desolación que empezaba a asomar en su alma hizo el resto de la herida y sus escamas de colores comenzaron a caerse con extrema rapidez. La segunda mariposa nunca dejaba que sus heridas de desolación se manifestaran hacia el exterior.

Una mañana, al despertar, la mariposa primera intentó arrancar su vuelo, pero sus alas ya no respondían. La segunda, viendo el gesto de dolor de la primera, le dijo:
-Ya estás con tus miedos de siempre, ¡vamos, haz un esfuerzo!
-No puedo, te lo prometo, esta vez estoy herida de verdad. Te dije que no podía responder por mis alas, ni garantizar que fuese capaz de llegar hasta el final. Se que te enfadarás si paro aquí, se también que no estás dispuesta a esperarme, ni a ayudarme, porque tus deseos son más fuertes. Sigue tú sola, necesito curarme, me quedo aquí por un tiempo.
La segunda mariposa empezó a cambiar su expresión frunciendo el ceño y, sin pensarlo dos veces, le dijo furiosa:
-¿Me estás culpando de tu herida?, ¡tus alas ya venían rotas cuando te conocí!. Yo también tengo mis propias heridas, aunque no supuren por mis alas, y no te culpo por ello. Tú lo has decidido, no yo, tú me has echado de aquí, así que seguiré mi vuelo sola.

El silencio cubrió todo de gris. Los días se hacían eternos, las noches de hielo. La primera mariposa se quedó en una pequeña cueva oscura escuchando cómo su propio latido bombeaba la sangre que iría curando sus alas, mientras derramaba litros de lágrimas y se preguntaba cómo la otra mariposa podía haberla abandonado allí, en medio de la nada, precisamente ahora, cuando más la necesitaba. La segunda mariposa volaba y volaba sin cesar para no detenerse a pensar, aunque su dañado corazón comenzaba a fallar demasiado y le pedía imperiosamente que se detuviera de una vez o explotaría entre una bruma rosa. Cuando se detuvo, por fin, quedándose a solas con su silencio, la imagen de la primera mariposa comenzó a perseguirle obstinadamente, por mucho que intentaba detenerla. Algunas noches, en que la luna llena la fijaba con fuerza a su memoria, la cólera subía por su garganta hasta hacerle estallar preguntando al viento porqué la primera mariposa le había abandonado en su vuelo, dejándola en medio de la nada, precisamente ahora, cuando más la necesitaba.

Cuando la mariposa de las alas rotas se sintió fuerte y recuperada, decidió retomar su vuelo, por supuesto esta vez sola, pues no quería saber nada más de la mariposa cruel que la abandonó cuando más la necesitaba. Cuando la mariposa del corazón dañado se sintió fuerte y recuperada, continuó igualmente su vuelo, también por supuesto sola, pues no quería ni oír hablar de la mariposa quejumbrosa que la abandonó cuando más la necesitaba.

Pero, curiosidades de la vida, el destino parecía empeñarse en que se encontraran de nuevo y, un atardecer, en la ladera de otro monte, las dos fueron a aterrizar en la misma margarita. Al verse con las patitas unidas sobre el estambre de la flor dispuestas a libar el mismo néctar, ambas saltaron despavoridas cada una por un lado, sin decirse ni nada. A partir de aquel día, se siguieron el vuelo a corta distancia, pero nunca se cruzaron la mirada, ni una sola palabra. Intentaban evitarse continuamente, pero el universo seguía insistiendo en sus reencuentros. Algunas veces, alguna de las dos entonaba canciones de decepción sobre la otra y el eco se ocupaba de hacerlas llegar a los oídos de su destinataria, a lo que ésta respondía creando melodías con el mismo tono y letra.

En medio de su autosuficiencia, ninguna de las dos se percató de que se avecinaba un largo desierto en el trayecto, pero casualmente la primera mariposa había cargado un pequeño pétalo con una reserva de agua y la segunda mariposa otro con una pequeña reserva de comida. Los primeros días en el desierto fueron difíciles, pero consiguieron sobrellevarlos. La primera bebía sorbitos de agua y aún le sobraba para regalar, pero tenía un hambre infernal. La segunda ingería bocaditos de comida y aún le sobraba para regalar, pero tenía una sed diabólica. Las dos conocían perfectamente que cada una tenía lo que la otra necesitaba para sobrevivir, pero ninguna dijo nada, ninguna pidió nada, ninguna quiso dar el primer paso.
El hambre y la sed se convirtieron poco a poco en dagas mortales que acechaban a las dos. La debilidad les hizo detenerse, y curiosamente, fueron hacerlo cada una a una ladera de un pequeño montículo de arena. Podían oírse sus respiraciones agonizantes, sabían que estaban allí y que cada una tenía la salvación de la otra, pero callaron.

El siguiente amanecer no hubo más vuelos, ni más canciones de decepción, tampoco soñaron nunca más sueños al unísono, ni cantaron, ni bailaron, ni rieron juntas, no compartieron jamás de nuevo las más bellas flores, ni se revelaron secretos, tampoco fundieron más veces sus cuerpos ni sus almas. Ninguna pudo llegar al jardín de los sueños porque todo acabó allí para las dos.

Alguien me contó que las encontraron muertas, cada una a una ladera de un pequeño montículo, casi enterradas, creando la silueta de dos bellas estatuas aladas de arena. La primera con su pétalo de agua, la segunda con su pétalo de comida. Pero cuando soplaron sobre las figuras, hallaron algo más apoyado en sus pechos, junto a su pétalo las dos sujetaban fuerte, entre las manos apretadas contra su corazón, una pequeña nota donde cada una decía exactamente lo mismo:
“quiero volar a tu lado al jardín de los sueños”.









jueves, 18 de septiembre de 2008

DANDO LA CARA


Después de mucho llorar, de pelearme conmigo misma y con el mundo, después de esconderme en rincones y de sentirme el ser más desgraciado del universo, hoy llegó el momento de dar la cara.

Sí, yo doy la cara ante mi propia existencia y asumo las responsabilidades sobre mí misma.
Soy la autora de mi vida y soy responsable de todo,
de lo que tengo y de lo que perdí,
de lo que soy y no soy,
de lo que quiero y no quiero,
de a quienes quiero y a quienes no,
de quienes me quieren y de quienes no,
de lo que hago y de lo que no hago,
de lo que elijo y de lo que dejo pasar,
de lo que compro y de lo que vendo,
de lo que hablo y de lo que callo,
de lo que me apasiona y de lo que me aburre,
de lo que acepto y de lo que rechazo,
de lo que me hace sentir viva y de lo que me mata,
de mis placeres y de mis sufrimientos,
de lo que veo y de lo que no quiero ver,
de lo que me endulza y de lo que me amarga,
de lo que doy y de lo que recibo,
de lo que gusto y de lo que me gustan,
de lo que me hace libre y de lo que me hace esclava…

De todo…, sí, lo asumo, de todo soy responsable. Porque soy culpable, causante, creadora, inventora, promotora, gestora, conductora, encargada, gerente, directora, presidenta, ama, patrona, propietaria, jefa…, dueña y señora de mi propia vida. Porque yo soy yo y porque mi vida es mía.
Por eso, sólo por eso, hoy doy la cara

miércoles, 17 de septiembre de 2008

EL RUISEÑOR Y LA ROSA


Ayer, hablando con alguien sobre el sentido del amor, me recordó un autor y un cuento de referencia para él. También me dejó el sabor de unas palabras que aún hacen eco en mi cabeza: "el mundo de lo afectivo es lo único interesante que queda"

Cuando me quedé a solas, leí ese cuento, me hizo llorar y también reflexionar. No podía dejar pasar la frescura de su recuerdo, así que lo reproduzco literalmente aquí. Merece la pena tomarse unos minutos para leerlo, aunque ya lo conozcamos.

Gracias Fernando.


EL RUISEÑOR Y LA ROSA

(Oscar Wilde)

- Dijo que bailaría conmigo si le llevaba rosas rojas -exclamó el joven estudiante-; pero no hay ni una sola rosa roja en todo mi jardín.
Desde su nido en la encina le oyó el ruiseñor, y miró a través de las hojas y se quedó extrañado.
- Ni una sola rosa roja en todo mi jardín -exclamó el estudiante; y sus hermosos ojos se llenaron de lágrimas.
- ¡Ah, de qué cosas tan pequeñas depende la felicidad! He leído todo lo que han escrito los sabios, y son míos todos los secretos de la filosofía; sin embargo, por no tener una rosa roja, mi vida se ha vuelto desdichada.
- He aquí por fin un verdadero enamorado -dijo el ruiseñor.
- Noche tras noche le he cantado, aunque no le conocía; noche tras noche he contado su historia a las estrellas, y ahora le estoy viendo. Tiene el cabello oscuro como la flor del jacinto y los labios tan rojos como la rosa de sus deseos; pero la pasión ha hecho que su rostro parezca de pálido marfil, y el dolor le ha puesto su sello sobre la frente.
- El príncipe da un baile mañana por la noche -musitó el estudiante-, y mi amada estará entre los invitados. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el alba Si le llevo una rosa roja, la tendré entre mis brazos, y reclinará la cabeza en mi hombro, y su mano estará prisionera en la mía. Pero no hay ni una sola rosa roja en mi jardín, así es, que estaré sentado solo, y ella pasará desdeñándome. No me prestará atención alguna y se me romperá el corazón.
- He aquí ciertamente el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor.
- Lo que yo canto, él lo sufre; lo que es para mí alegría es dolor para él. En verdad el amor es maravilloso; es más precioso que las esmeraldas y más costoso que los finos ópalos. No se puede comprar con perlas ni con granates, ni está a la venta en el mercado, no lo pueden comprar los mercaderes, ni se puede pesar en la balanza a peso de oro.
- Los músicos estarán sentados en su estrado -dijo el joven estudiante-, y tocarán sus instrumentos de cuerda y mi amada danzará al son del arpa y del violín. Danzará tan ligera que sus pies no rozarán el suelo, y los caballeros de la corte, con sus trajes alegres, estarán todos rodeándola. Pero conmigo no bailara, pues no tengo una rosa roja para darle.
Y se arrojó sobre la hierba, y ocultó el rostro entre las manos y lloró.
- ¿Por qué llora? -preguntó una lagartija verde, cuando pasaba corriendo junto a él con el rabo en el aire.
- Eso, ¿por qué? -dijo una mariposa que revoloteaba persiguiendo a un rayo de sol.
- Sí, ¿por qué? -susurró una margarita a su vecina, con una voz suave y baja.
- Está llorando por una rosa roja -dijo el ruiseñor
- ¡Por una rosa roja! –exclamaron-; ¡Qué ridículo!
Y la lagartija que era algo cínica, se rió abiertamente.
Pero el ruiseñor comprendía el secreto de la pena del estudiante, y permaneció posado silencioso en la encina, y pensó en el misterio del amor.
De pronto desplegó sus alas pardas para emprender el vuelo y hendió los aires. Pasó por la arboleda como una sombra, y como una sombra voló a través de jardín. En el medio del césped crecía un hermoso rosal, y al verlo voló hacia él y se posó sobre una rama.
- Dame una rosa roja –exclamó-, y te cantaré mi más dulce canción.
Pero el rosal negó con la cabeza.
- Mis rosas son blancas –respondió-, tan blancas como la espuma del mar, y más blancas que la nieve de la montaña. Pero ve a ver a mi hermano, el que trepa alrededor del viejo reloj de sol y te dará tal vez lo que deseas. Así es que el ruiseñor se fue volando hasta el rosal que crecía en torno al viejo reloj de sol.
- Dame una rosa roja –exclamó-, y te cantaré mi más dulce canción.
Pero el rosal negó con la cabeza.
- Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como el cabello de la sirena que se sienta en un trono de ámbar y más amarillas que el narciso que florece en el prado antes de que llegue el segador con su guadaña. Pero ve a ver a mi hermano, el que crece al pie de la ventana del estudiante, y te dará tal vez lo que deseas. Así es que el ruiseñor se fue volando hasta el rosal que crecía al pie de la ventana del estudiante.
- Dame una rosa roja –exclamó-, y te cantaré mi más dulce canción.
Pero el arbusto negó con la cabeza.
- Mis rosas son rojas –respondió-, tan rojas como los pies de la tórtola, y más rojas que los grandes abanicos de coral que se mecen y mecen en la sima del océano; pero el invierno me ha congelado las venas, y la escarcha me ha helado los capullos, y la tormenta me ha roto las ramas, y no tendré rosas este año.
- Una rosa roja es todo lo que necesito -exclamó el ruiseñor-, ¡sólo una rosa roja! ¿No hay ningún medio por el que pueda conseguirla?
- Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.
- Dímelo -dijo el ruiseñor-, no tengo miedo.
- Si quieres una rosa roja -dijo el rosal-, tienes que hacerla con música, a la luz de la luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Debes cantar para mí con el pecho apoyado en una de mis espinas. A lo largo de toda la noche has de cantar para mí, y la espina tiene que atravesarte el corazón, y la sangre que te da la vida debe fluir por mis venas y ser mía.
- La muerte es un alto precio para pagar una rosa roja -exclamó el ruiseñor-, y la vida nos es muy querida a todos. Es grato posarse en el bosque verde, y contemplar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perla. Dulce es la fragancia del espino, y dulces son las campanillas azules que se esconden en el valle y el brazo que el viento hace ondear en la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida, ¿y qué es el corazón de un pájaro comparado con el corazón de un hombre?
Así es que desplegó las alas pardas para emprender el vuelo y hendió los aires. Pasó veloz sobre el jardín como una sombra, y como una sombra atravesó volando la arboleda.
El joven estudiante todavía estaba echado en la hierba, donde le había dejado, y las lágrimas aún no se habían secado en sus hermosos ojos.
- ¡Sé feliz! -exclamó el ruiseñor-, ¡sé feliz! ; tendrás tu rosa roja. Te la haré de música a la luz de la luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Todo lo que te pido a cambio es que seas un verdadero enamorado, pues el amor es más sabio que la filosofía, por sabia que ésta sea, y más fuerte que el poder, por potente que sea éste. Del color de la llama son sus alas, y de color de llama tiene el cuerpo. Sus labios son dulces como la miel y su aliento es como el incienso.
El estudiante alzó los ojos de la hierba y escuchó, mas no pudo entender lo que le estaba diciendo el ruiseñor, pues sólo sabía las cosas que están escritas en los libros.Pero la encina comprendió y se puso triste, porque quería mucho al pequeño ruiseñor que había hecho su nido entre sus ramas.
- Cántame una última canción -musitó-: me sentiré muy sola cuando te hayas ido.
Así es que el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que sale a borbotones de una jarra de plata.
Cuando hubo terminado su canción, el estudiante se levantó, y sacó un cuaderno y un lápiz de su bolsillo.
- Él tiene estilo -dijo para sí, mientras caminaba a través de la arboleda-, eso no se le puede negar, pero ¿tiene sentimientos? Me temo que no. De hecho, es como la mayoría de los artistas, es todo estilo, sin ninguna sinceridad. No se sacrificaría por los demás. Piensa tan sólo en la música, y todo el mundo sabe que las artes son egoístas. Sin embargo es preciso admitir que hay notas hermosas en su voz. ¡Qué lástima que no signifiquen nada, ni tengan ninguna utilidad práctica!
Y entró en su habitación y se echó sobre el pequeño jergón, y se puso a pensar en su amor, y al cabo de un tiempo se quedó dormido.
Y cuando la luna brilló en el cielo, fue volando al rosal el ruiseñor y puso su pecho contra la espina. Cantó toda la noche con el pecho contra la espina, y la luna de frío cristal, se asomó para escucharla. A lo largo de toda la noche estuvo cantando, y la espina penetraba más y más profundamente en su pecho, y la sangre, que era su vida, fluía fuera de él.
Cantó primero el nacimiento del amor en el corazón de un adolescente y de una muchacha. Y en la rama más alta del rosal floreció una rosa admirable, pétalo a pétalo, a medida que una canción seguía a otra canción. Pálida era al principio, como la bruma suspendida sobre el río; pálida como los pies de la mañana, y de plata, como las alas de la aurora. Como la sombra de una rosa en un espejo de plata, como la sombra de una rosa en el estanque, así era la rosa que florecía en la rama más alta del rosal.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretara más contra la espina.
- ¡Apriétate más, pequeño ruiseñor! -gritaba el rosal-, ¡o llegará el día antes de que esté terminada la rosa.!
Así es que el ruiseñor se apretó más contra la espina, y su canto se hizo cada vez más sonoro, pues cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una doncella.
Y un delicado arrebol rosado vino a los pétalos de la rosa, como el rubor del rostro del novio cuando besa los labios de la novia. Pero la espina no había llegado aún al corazón del pájaro, así que el corazón de la rosa seguía siendo blanco, pues sólo la sangre del corazón de un ruiseñor puede teñir de carmesí el corazón de una rosa. Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretara más contra la espina.
- ¡Apriétate más, pequeño ruiseñor! -gritaba el rosal-, ¡o llegará el día antes de que este terminada la rosa!
Así es que el ruiseñor se apretó más contra la espina, y la espina tocó su corazón, y sintió que le atravesaba una intensa punzada de dolor. Amargo, amargo era el dolor, y más y más salvaje se elevó su canto, pues cantaba al amor que se hace perfecto por la muerte, al amor que no muere en la tumba.
Y la rosa admirable se volvió carmesí, como la rosa del cielo en el oriente. Carmesí era el ceñidor de pétalos, y carmesí como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor se volvió más débil, y sus pequeñas alas empezaron a batir, y un velo le cubrió los ojos. Más y más débil se tornó su canto, y sintió que algo le ahogaba en la garganta.
Moduló entonces un último arpegio musical. La luna blanca lo oyó y se olvidó del alba, y se quedó rezagada en el cielo. La rosa roja lo oyó, y tembló toda de arrobamiento, y abrió sus pétalos al aire frío de la mañana. El eco se lo llevó a su caverna púrpura de las colinas, y despertó de sus sueños a los pastores dormidos. Flotó a través de los juncos del río, y ellos llevaron su mensaje al mar.
- ¡Mira, mira! -gritó el rosal- ¡La rosa ya está terminada!
Pero el ruiseñor no respondió, pues yacía muerto en la hierba alta, con la espina en el corazón. Y al mediodía el estudiante abrió la ventana y se asomó.
- ¡Mira!, ¡Qué suerte tan maravillosa! –exclamó- ¡he aquí una rosa roja! No había visto en mi vida una rosa semejante. Es tan bella que estoy seguro que tiene un largo nombre latino.
Y se inclinó y la arrancó. Se puso luego el sombrero y se fue corriendo a casa del profesor con la rosa en la mano.
La hija del profesor estaba sentada en el umbral, devanando seda azul alrededor de un carrete, con su perrito echado a sus pies.
- Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja. -exclamó el estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo entero. La llevarás prendida esta noche cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos ella te dirá cuánto te quiero.
Pero la muchacha frunció el ceño.
- Temo que no me vaya bien con el vestido -respondió- y, además, el sobrino del chambelán me ha enviado joyas auténticas, y todo el mundo sabe que las joyas cuestan mucho más que las flores.
- ¡Bien, a fe mía que eres una ingrata! -dijo el estudiante muy enfadado.
Y arrojó la rosa a la calle, donde cayó en el arroyo, y la rueda de un carro pasó por encima de ella.
- ¿Ingrata? -dijo la muchacha-. Y yo te digo que tú eres un grosero, y, después de todo, ¿quién eres tú? Sólo un estudiante. !Cómo!, No creo que tengas ni siquiera hebillas de plata para los zapatos, como tiene el sobrino del chambelán.Y se levantó de la silla y entró en la casa.
- ¡Qué cosa tan necia es el amor! - -se dijo el estudiante mientras se marchaba-. No es ni la mitad de útil que la lógica, pues no prueba nada, y siempre nos dice cosas que no van a suceder, y nos hace creer cosas que no son ciertas. De hecho, es muy poco práctico, y como en estos tiempos ser práctico lo es todo, me volveré a la filosofía y estudiaré metafísica. Así es que volvió a su habitación, y sacó un gran libro polvoriento, y se puso a leer.

Y yo me pregunto: ¿Dónde está el amor en esta historia?, ¿quién es el que ama?, ¿cómo hay que vivir el amor?, ¿acaso merece la pena?, ¿qué es mejor, matar al amor o que te mate él a ti?...

Tal vez me conmovió porque conozco bien lo que es ser ruiseñor cuya rosa de sangre acaba aplastada por la rueda de un carro...

Pero me sigo quedando con el papel del ruiseñor porque, aún sin recibir, no hay nada más bonito que ser capaz de dar así, de sentir de esta manera, porque en el hecho mismo de morir por amor, ese pajarito ya sintió el amor más grande.

Y pobre del que carezca de esta capacidad..., pobre del que muera sin conocer este sentimiento..., pobre...