viernes, 27 de junio de 2008

SIESTA

Entre las ranuras de una persiana mal cerrada, algunos impertinentes rayos de sol buscan una entrada furtiva. Las cuatro en el reloj de una tarde estival, quietud en la can��cula, todo se detiene languidecido por el ahogo del bochorno. En la habitaci��n, la tenue luz melocot��n dibuja un cuerpo de mujer sobre la cama, su desnudez busca el frescor entre las s��banas de raso con movimientos impacientes que rozan insistentemente su piel contra el tejido, creando curvaturas imposibles y ondulaciones voluptuosas. Su boca entreabierta susurra palabras ininteligibles entre suspiros calientes.
Encuentra la postura y se detiene en ella, de costado sobre su brazo derecho extendido hacia arriba, dejando ba��ar su cuerpo de un haz de luz que ofrece la viva estampa de un cuadro de Julio Romero de Torres.
El calor la devora, no tanto por los cuarenta grados externos, sino por el fuego que la abrasa desde dentro. Suspira de nuevo, se riza sobre s�� misma, ondula las caderas, susurra m��s palabras, esta vez dejando adivinar la pronunciaci��n de un nombre masculino. La invocaci��n parece cumplir su cometido y, poco a poco, la puerta del cuarto comienza a entreabrirse. La figura de un hombre aparece frente a la cama tan s��lo cubierta con una peque��a toalla atada a la cintura. Se acerca al lecho portando un vaso de agua con hielo, lo deposita en la mesilla, deja caer la toalla a sus pies y se sienta en el borde de la cama, acariciando el pelo de la musa racial. Ella murmura ���este calor me va a matar-, ��l le pide silencio tapando su boca con una mano, mientras que comienza a desplazar la otra por todo su cuerpo, repasando cada curva, cada pliegue. Arde.
��l coge el vaso de agua y bebe un peque��o trago, atrapando uno de los hielos entre sus labios. Dirigiendo su boca hacia ella, desplaza el hielo sobre su piel, provoc��ndole un espasmo delicioso. La hoguera est�� encendida.
Contin��a la ceremonia entre las brumas naranjas de una habitaci��n que cobra vida en la hora del sue��o abatido, donde dos cuerpos serpentean entre las llamas, entregados al deseo m��s visceral. Fuego, carne, besos, gemidos, s��plicas, secretos confesados entre susurros, vapor, humo, gotas sobre la piel��� Labios que succionan, dientes que muerden, ojos que atraviesan, manos que buscan, piernas que enredan, brazos que abrazan, pechos que unen, vientres que entregan���, dos, son dos, en una soberbia danza que roza el fanatismo m��s bello, el de uno por otro.
El espacio huele a pasi��n por los cuatro costados, todo sabe a miel, a canela, a an��s, a hierbabuena, a deseo... Fuego���, se queman���
El ocaso se lleva el ardor de los rayos solares, pero no puede llevarse el de los amantes. Refresca en el patio de flores, pero dentro la lumbre sigue encendida.
Cae la noche, ellos no...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ufff

el piano huérfano dijo...

waooooooo uffffff sin palabras, no caben