domingo, 15 de junio de 2008

TE LO CAMBIO

-Hola pequeña-, me dijo aquel hombre con garrota que detenía mi camino todos los días.
-¿Dónde vas?- preguntaba como cada día
-A la escuela-, respondía yo, mientras apretujaba una gominola entre mis dedos.
-¿Qué llevas ahí...?, ¡vaya, vaya, es una golosina!, mmm... ¡te la cambio por lo que llevo yo en la mano!-, me proponía su trato con los ojos muy abiertos y una enorme sonrisa desdentada, mientras extendía hacia mí el puño cerrado.
-No se, no se..., es que me gusta mucho mi gominola y hoy no he comido postre-, respondía yo haciéndome de rogar.
-Bueno, entonces no sabrás nunca lo que llevo en la mano porque me lo quedaré para mí-
-Anda, dime lo que es...-, insistía yo movida por la curiosidad.
-¡De eso nada!, en eso consiste el juego, tienes que ser valiente, arriesgar y elegir.
-¡Ay....es que..., venga, vale, te lo cambio!
Entonces, el hombre abrió su gran puño descubriendo tres pequeñas ciruelas moradas, de esas recién cogidas del árbol, de esas que son miel pura.
–Las acabo de coger en el huerto, son para ti, pero ahora tienes que darme la golosina-, mantenía rotundo su trato.
-¡Sí, sí, claro, tómala, además prefiero las ciruelas, me encantan, gracias!
-¡Y ahora, venga, a la escuela, que llegas tarde!. Adiós, mocica-.
Me pellizcó con ternura el moflete y se alejó con el paso desequilibrado, apoyándose en su garrota. Me quedé observando cómo iba desapareciendo la figura renqueante bajo las sombras de las acacias y, de repente, me pregunté qué haría aquel hombre con la gominola, nunca había visto a un hombre tan mayor y casi sin dientes comerse una de esas gomas de fresa, así que decidí seguirlo unos pasos sin que él se percatara. Al girar la esquina se detuvo y yo me quedé observando discreta. Pero..., ¡cuál fue mi sorpresa cuando vi que se acercaba a una papelera a tirar mi golosina rosa!.
-¡Hala!, ¿por qué?-, pensé sin dar crédito, -¡pues vaya cambio malo que ha hecho, estos mayores están locos!- y me fui sin más a la sesión de tarde de mi escuela, aunque las tres horas que estuve allí no pude quitarme a ese hombre de la cabeza, dándole mil vueltas para encontrar una explicación lógica a aquel pacto raro.
Con los años y la ternura que ahora siento por los niños, he logrado entender el afán de aquel hombre en encontrar cualquier excusa por pellizcarme el moflete, más alguien tan solitario como él que podía llegar a vender su alma a cambio de unos minutos de atención. Además, con su actuación evitó alguna que otra caries en mi dentadura y acrecentó mi pasión por esas ciruelillas dulces que me siguen volviendo loca.
Durante años ese hombre fue haciendo otros tratos conmigo, siempre con el puño cerrado y siempre escondiendo algo mejor de lo que yo podía ofrecerle, que unas veces era un caramelo, otras unas pipas, otras una flor, otras una piedrecita que había llamado mi atención, otras algún bicho de los que solía recoger para investigar o, a veces, cuando me pillaba desprovista de algo material, sólo podía pagarle con un simple beso y, curiosamente, éstas eran las veces que más grande se mostraba su sonrisa mellada.
Los trueques con aquel hombre tosco, que siempre me paraba llamándome “pequeña o Heidi” con una dulzura sorprendente e impropia de la imagen robusta que exhibía, fueron construyendo en mi una fe férrea en lo que escondían las caras ocultas de las elecciones y aprendí a asumir riesgos sólo a medias porque siempre esperé salir ganando. Lo malo es que, a medida que creces, vas aprendiendo que muchos de los puños negociadores tan sólo son falsos especuladores que contienen feos regalos que te hacen salir perdiendo. A veces intentas subir el valor de tu ofrenda con la esperanza de que suba también la de la contraparte y acabas perdiendo más todavía. Con lo que comienzas a desarrollar cierto miedo ante los tratos de canjes invisibles porque has descubierto que los riesgos no siempre te guían a un final feliz y encoges el alma cuando alguien levanta un puño cerrado y lanza un –¡te lo cambio!-.
Pero, con miedo o sin miedo, con finales felices o no, la vida no ha dejado nunca de ser un misterioso juego de azar en el que sigue teniendo sentido la frase de aquel hombre que tanto me enseñó: -...tienes que ser valiente, arriesgar y elegir- y, aunque cuesta casi tanto como dar un salto al vacío, intento seguir aceptando el desafío de canjear, con tal de poder descubrir el interior de esos puños cerrados. Claro, muchas veces pierdo, pero merece la pena seguir aunque sólo sea porque, de vez en cuando, en alguno de esos días de suerte, aún consigo encontrarme con alguna de mis ciruelillas de miel.

1 comentario:

Avatar Psicólogos dijo...

Uffff! precioso, una gran enseñanza y además, como la vida es generosa, de una u otra manera (a veces se empeña en divertirse metiéndonos en difíciles, oscuros, feos y dolorosos laberintos) siempre nos ofrece algo mejor. Aunque en ocasiones sea difícil verlo a primera vista... la vida, que es generosa, siempre ofrece una segunda oportunidad...