martes, 27 de mayo de 2008

Desempolvando dolor

Últimamente siento la necesidad de desempolvar dolores pasados, no por un afán masoquista de flagelarme, no, de hecho nunca he soportado la victimización a la que algunas personas se empeñan en someterse trayendo una y otra vez al presente un pasado trágico que ya se fue. No me gustan las personas que se cuelgan de la pena eternamente, esas que no luchan, no porque no tengan recursos, sino porque se niegan a encontrarlos, enganchándose a la sequía de un camino viejo y corroído, desgastado tantas veces que no queda ni una brizna de su sentido original. Personas que terminan pesando sobre otras personas porque vampirizan y no ofrecen, porque culpan y no aceptan, porque se aferran y no buscan, porque involucionan y no evolucionan.
No, nunca quise convertirme en una de esas personas. Y conozco perfectamente la tentación de caer en adicciones al dolor, pero luché contra ella y ya no permito la vuelta atrás.
Es imposible explicar el infierno de un sufrimiento tan inhumano como el que la vida me puso delante, es algo que sólo se siente, se padece, se vive, se soporta, se afronta y se acepta. En ese viaje se fueron generando jerarquías de dolor, presididas por el más letal y, entorno a él, otros fueron situándose en distintas gradaciones de soportabilidad. Unos surgidos como brechas del pasado latentes que fueron paridas de golpe tras el zarpazo protagonista y, otros, que se abrieron paso en sincronía con mis pequeños intentos por arañar nuevos atajos para salir del pozo.
Aprendí infinitas cosas observando dentro de mí. Una de ellas es a no mirar nunca a tus espaldas, aunque supongo que hay ocasiones en que la vida te exige echar unos pasitos atrás para tomar impulso y es entonces cuando te preparas para hacerte con la valentía suficiente para abrir el baúl de los recuerdos con la atención y consciencia que necesitas para asegurarte de que ya no duelen. Y, sólo después, puede llegar la paz y el equilibrio que te permiten crecer, porque los mejores frutos de la vida sólo se recogen tras un tiempo obligado de reposo y maduración.
Hoy me veo haciendo balance de dolores pasados, como si algo me estuviese anunciando una metamorfosis venidera que me ruega que sacuda mis equipajes antiguos para abrirme a una nueva vida, como si fuera a irme para siempre o a quedarme para siempre, como si se avecinaran grandes cambios y grandes partidas. Como si todas las intuiciones que construí estuviesen ahora empujando desde fuera hacia dentro y desde dentro hacia fuera.
Me invade la necesidad (y al mismo tiempo el deber) de poner en orden mi vida bajo un criterio lógico y cronológico, desde el pasado hacia el presente y desde éste hacia el mañana… Empiezo por los dolores más periféricos de la jerarquía, repaso lo que sentí y lo que escribí sobre ellos. Los ofrezco al cielo, les agradezco sus enseñanzas, los beso y me despido de ellos. Luego se desprenden de mi lado, deshaciéndose en vapor de nubes, sin adherencias, sin resistencias, sin dolor…, simplemente dejan de ser.
Poco a poco, me preparo para abrir urnas más enterradas y difíciles. Espero poder levantar las cáscaras de mis frutas maduras. El mañana está por venir…

lunes, 26 de mayo de 2008

Bolitas de mercurio

Bajo el plomo de la mañana invernal, mi mente era incapaz de concentrarse en el gráfico que tenía enfrente en aquella fastidiosa pantalla de ordenador. Sin poder prevenirla, la ensoñación se apoderó de mí y suspendió mis ojos en la mancha cenicienta que pintaba el cielo detrás del cristal. Allí, para alimentar mi ensimismamiento, la fantasía quiso proyectar el rostro ininteligible del hombre que me estaba hundiendo en el lodo, mucho más aún de lo que ya estaba.
Me dispuse a configurar una imagen global que resumiera en un todo lo que él significaba. Era como querer abstraer en un solo concepto los cuatro elementos: tierra, fuego, aire y agua. Entonces, me recordé a mí misma de niña, intentando capturar aquellas bolitas de mercurio con mis pequeños dedos para volverlas a meter en el interior del termómetro que acababa de estallar cuando investigaba hasta dónde podía subir la raya gris si lo introducía dentro de una taza de agua hirviendo. Por supuesto, me resultó imposible atrapar y unir todas las lágrimas grises, tan imposible como ahora me resultaba conformar una idea integrada y clara de la persona que me había vuelto completamente del revés.
Venían a mi memoria miles de detalles, cualidades, rasgos, escenas, vivencias y, sobre todo, palabras, muchas palabras. Pero hice el sobreesfuerzo de recordar sólo las sensaciones que me envolvían ante su presencia; eran muchas, físicas, químicas, psíquicas, más o menos buenas, más o menos malas, más o menos intensas, más o menos dolorosas... Sin embargó, apreté la intención para limpiar mi memoria de todos los demonios que ensombrecían su imagen. De repente, un recuerdo fue haciéndose dueño del resto y me detuve en él para saborearlo lentamente, así fue cómo volví a sentir su olor a hierbabuena, su aliento de brisa, sus manos de fuego, sus piernas de roble, su sonrisa de primavera, sus ojos de otoño, el nido de su pecho... Ese hombre me transportaba de nuevo a mis raíces, porque abrazarlo era como llenarme los brazos de naturaleza.

Como prefacio del fin, antes de partir definitivamente, un deseo se apoderó de mí: quería fundirme con aquella naturaleza, al menos por un instante, y convertirme en la savia que la nutriera para engendrar una nueva raíz que anclase la huella de mi paso por ella.

Volví a buscar más sensaciones huyendo, una vez más, de las palabras...

lunes, 19 de mayo de 2008

Otros días vendrán

-Todavía no entiendo porqué este empeño mío en poner una conclusión a todo- se decía a sí misma, mientras se disponía a escribir algo para cerrar aquella etapa de su vida. -¿Porqué siempre querré dejar todo perfectamente sellado? Tiene que existir algo que no admita ningún tipo de colofón, sólo puntos suspensivos. Seguro que hay cosas que no requieren un portazo de adiós, ni palabras finales, ni despedidas…- Seguía dando vueltas en su cabecita.
Tal vez aquel debate introspectivo era la forma de convencerse de que realmente había dado aquel paso y que no había vuelta atrás. Al fin y al cabo, ¿cómo admitir que aquel calor que días antes la abrasaba, se había vuelto hielo punzante por arte de magia? Era tan difícil volver la espalda al dolor y admitir fríamente esa realidad. Imposible para alguien que vivía la vida desde las emociones... Cómo no romperse en añicos si lo sentía lejano, cómo no llorar, cómo no gritar con rabia cuando pensaba en tantos momentos, cómo no llorar, cómo no querer huir entre tanto
desconsuelo, cómo no llorar, cómo no dolerle el corazón ante tanta desilusión, cómo no llorar...
Lo intentaba, quería sentir como él quería que sintiera, pero no era capaz. Quedaba mucho proceso todavía para cerrar lo ojos, esbozar sonrisas y agradecer todo lo vivido. Sonaba bonito, incluso romántico, pero era imposible para ella, al menos en ese momento en que su corazón no entendía nada y andaba preñado de dudas. Ahora sólo necesitaba vivir aquel adiós de la única manera que ella sabía, desde la emoción. -Ya vendrán días de palabras racionales, cuando la memoria suavice y de bálsamo al recuerdo para hacerlo soportable y aleccionador-, se explicaba para justificar la ira que comenzaba a crecer en su interior y que pedía paso imperativamente. Se perdonó por sentir aquello y relajó el nudo de su garganta para dejar que dos lagrimones regaran el teclado.

jueves, 15 de mayo de 2008

Mi mundo libre

Toma mi mano y déjame llevarte a mi mundo libre. Quiero enseñarte el monte de los deseos donde deshojaríamos todas nuestras margaritas del SI. Nos recostaríamos debajo de mi olmo, frente a frente, encendiéndonos los ojos, mientras nos murmuráramos en los labios todas esas palabras que tanto tiempo escondimos en cajones secretos. Luego, al atardecer, enmudeceríamos en un abrazo infinito, dejándonos mecer por la melodía de nuestra respiración para olvidar el universo y abandonarnos a soñar un mismo sueño.
En mi mundo libre, gozaríamos del aire, del sol, de la lluvia, del rocío de la mañana, de los lienzos que pintan las nubes en el cielo, del olor del verde, del terciopelo de los valles en abril, de la música de nuestro jardín…. Inseparables en uno, sintiendo la vida al unísono, nos diríamos todo con ojos y caricias.
En ese mundo no habría suspicacias, ni peros, ni recelos, porque no habría nada que temer, nada por lo que dudar. Te regalaría colmado mi yo sabio, aprendido, florecido, sin rincones, ni artificios, sin mentiras, ni evasivas…. El tuyo sería mío. Nuestras ilusiones crecerían como las del primer amor, vírgenes y diáfanas, brotando a borbotones desbocadas de sus riendas, sin bordes que rebasar, pues no existirían límites. Con una fe hercúlea en la inmortalidad del “para siempre”, desterrando toda posibilidad para lo efímero y borrando cualquier grieta de escepticismo que fuese hija de desilusiones pasadas. No habría pasado, ni futuro, sólo aquí y ahora, sólo quimeras posibles y pasiones reinventadas cada día.
Seríamos lo que quisiéramos ser, sin clichés, ni axiomas que nos definan: personajes grotescos y almidonados, ardientes y apasionados, bohemios y lánguidos, vehementes y temerarios, racionales y exactos, emocionales e idealistas… Porque allí, en mi mundo libre, volvemos a nacer, inexplorados, inocentes y soñadores, pero después del aprendizaje de haber vivido, después de haber pronunciado tantas veces “nunca más haré”, después del “si yo hubiera…” para pasar al “yo hago y yo soy”…
El despertador del portazo matinal de la casa contigua abre mis ojos que se tropiezan con el techo de la habitación, el que otra mañana me muestra los límites de mi existencia. Ahí precisamente acaba el alcance de mi vuelo. Mis pies buscan un apoyo fuera de la cama, encontrando el suelo que me ancla, amarrándome a la tierra.
Lo siento Amor, creo que hoy no podré llevarte, mi mundo libre aún no me deja entrar. Iré a buscarte mañana…

miércoles, 7 de mayo de 2008

En lo profundo

Quiso sumergirse en él penetrando sus aguas prohibidas. Trató de excavar nuevas sendas para bucear entre sus mares de amor, pretendiendo adentrarse en un profundo océano de sentimientos. Y fue consciente: tal vez sólo era un mar inventado por ella, porque allá abajo no pudo encontrarle. Estaba sola, en medio de la negrura, el frío y el vacío. No había color, ni arrecifes, ni brisas, ni olas, ni rayos de sol..., sólo ella y sus anhelos.
Enmudecida y sosegada por la quietud y la sombra, imaginó que él habitaba playas cálidas y soleadas y lo vislumbró en su reino mecido por la brisa. Seguía allí, invariable, dónde lo conoció.
Se había equivocado buscándole entre corales y fondos secretos. Él era así, hijo de la brisa fresca, de la superficie clara y de la luz del cielo. Ella, en cambio, pertenecía a reinos de amor diferentes, otros más ocultos, más lejanos, más subterráneos… En aquel lugar habitaba su corazón aletargado, suspendido entre los brazos de la marea abisal, como un tesoro por descubrir en el interior de un pecio a la deriva.
Pero los ojos distraídos de su enamorado seguían mirando al horizonte, a la isla cercana, al pequeño paraíso dónde ella reposó un tiempo y dónde la halló por vez primera. Sus ojos no comprendían que, para descubrirla verdaderamente, debían mirar bajo sus pies. Allí profundo, ella le esperaba, todavía le esperaba.