miércoles, 4 de junio de 2008

Mordazas

En esta época de grandes inundaciones, mi corazón parece querer sincronizar con la meteorología. Entre grises y dorados, mi alma se desborda hasta casi el encharcamiento, como si un descontrolado ciclón de emociones hubiese pasado por ella dejándola anegada.
Es una de esas ocasiones en que algo se planta delante de tu vida para ponerlo todo patas arriba y, aunque la experiencia te ha enseñado que estos momentos son los que te hacen crecer y, aunque sabes que la sabiduría china tiene razón cuando usa el mismo ideograma para referirse a dos conceptos aparentemente tan distintos como crisis y oportunidad, te echas a temblar porque ante su llegada no puedes pensar en nada más que en términos de catástrofe. Y, como en todo desastre, la primera reacción es de impacto, de desorden y de bloqueo. En un estado así, es difícil pensar, mucho más encontrar una respuesta acertada y lógica y es que precisamente en eso consisten este tipo de vivencias, en algo que durante un tiempo te deja sin recursos de afrontamiento, al menos sin esos que son verdaderamente adaptativos.
No me quejo, al contrario, acepto la experiencia con todo lo que traiga, su caos, su descoloque, su inyección de dudas, sus noches de pesadillas, sus dormires tardíos, sus despertares tempranos con un punzada en el corazón que no te permite volver a pegar ojo…
Lo peor no es eso, sino esta modaza invisible que llevo adherida a la boca y que no me deja hablar, siquiera por pura catarsis. Yo, amante del verbo y parlanchina indomable, veo ahora bloqueadas mis palabras y no puedo hacer nada contra ello, sólo esperar. Tanto por decir y tanto silencio, pero éste no es un silencio sabio, ni aleccionador, sino un silencio venenoso porque no soluciona, porque no resuelve, porque no cura, sólo está ahí, pegado a mis cuerdas vocales como una sanguijuela, mintiendo, contaminando, enquistando. El mismo silencio que sujeta las riendas de la belleza, de la ilusión, de los sueños, del amor.
Quizá sólo es parte del periodo de gestación de los ingredientes esenciales para la metamorfosis, quizá el babel de sílabas que contiene mi cabeza, no sean sino ecos de coherencia que intentan tomar forma para cristalizarse en algo tan sólido que ninguna tempestad pueda tumbarlo. Y aquí inundada, en el silencio del forcejeo entre el derramamiento y la contención, decido ser fuerte para mantener bien tensa la red que los divide y me dispongo a achicar aguas poco a poco, con la esperanza puesta en aprender pronto a navegar.

2 comentarios:

el piano huérfano dijo...

me llega la voz y tu silencio para mantenerme fuerte, pero luego siento la confusion que conlleva la inundacion y todo flota...

Anónimo dijo...

"Sólo tú y yo sabemos porqué nos saludamos de forma indiferente, cuando de forma casual nos encontramos en la calle.
Sólo tú y yo sabemos lo que esconde ese beso tibio y tenue, y porqué tu boca miente, y la mía, mientras mi mirada se pierde en el vacío, entre los coches, el barullo y la gente que pasa a nuestro lado, con sus idas y venidas, su trayecto planeado y su prisa. Nadie sospecha cuánto amor encubre mi gesto lejano, despegado; ni tal vez tú.
Tampoco les importa.

Sólo tú y yo sabemos porqué mienten mis ojos, perezosos, y mi sonrisa forzada, impasible; apenas te escucho, ni me escuchas, una charla banal, sobre el tiempo, ¿cómo estás?, bien, ¿y tú?...
Sólo tú y yo sabemos que aún nos arden en los labios otros besos candentes, de ayer o antes de ayer, o el deseo de mañana.
Y un adios impasible, un "nos vemos" neutral, que también miente".

Y eso es lo que escribí ese mismo día, el 4 de junio. Reina no existía aún.

No te digo más, ¿verdad? Besos