lunes, 29 de septiembre de 2008

DE MIS VALENTÍAS Y QUIJOTADAS

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, ha tiempo que me educaban para ser una cauta Dulcinea. Sin embargo yo, como perfecta rebelde que lleva la contraria en todo, no recuerdo otra infancia que no sea la de vestir mi realidad de ensueños y osadías. Cual Don Quijote en pleno ostracismo, llenaba continuamente mi cabecita loca con historias caballerescas. Cada noche, encerrada en la soledad de mi habitación, con la mirada perdida en el techo, buscaba escenarios fantásticos donde escaparme por unas horas de aquel pequeño pueblo que limitaba mis tremendos deseos de expansión. Mi familia pensaba que eran cuentos de niña en su etapa del pensamiento mágico, pero a medida que iba creciendo, se fueron haciendo conscientes de que mi identidad se construía en la misma dirección, con la fuerza añadida de un comprometido coraje por las causas importantes.

Y es que uno es como es y si a eso le añadimos ciertas vivencias con poso, uno todavía es “más como es”. Y aquí me encuentro, con el cuerpo adulto y muchas cicatrices a la espalda, blandiendo aún espadas con mi valentía quijotesca y apostando fuerte por la vida, en un empeño que roza lo suicida.

Aún no entiendo muy bien cual es el motivo por el que juego tan duro arriesgando abiertamente y sin miedo a perder, lo entendería si mi apuesta fuese material, pues es algo de lo que puedo prescindir, pero no cuando lo que siempre arriesgo es mi talón de Aquiles, cuando siempre acabo arriesgando mi propio corazón, mi pobre y dañado corazón, que cada día me mira lastimoso suplicando auxilios urgentes y cuidados extremos. Pero los quijotes no nos detenemos ante las advertencias de ningún sancho y cada día me arrojo, lanza en alto, a luchar contra molinos de viento que para mi eran gigantes. Las heridas que traigo de esas batallas son severas, pero aquí sigo arriesgando con fe, a pesar de haber tenido que aprender a fuerza de golpes porqué a mi héroe le llamaban el Caballero de la Triste Figura.

De vez en cuando, algún otro caballero de corazón sensato te recuerda los peligros de ser un huracán de fuerza seis o la prudencia de conducir a treinta por hora, pero poco se puede hacer contra un corazón loco que no sabe hacer otra cosa que seguir exponiéndose a morir a cambio de un abrazo bajo las estrellas, de un beso de miel, de una mirada derretida, de unas manos de terciopelo, de una voz de seda en tus oídos, de un trocito de luna, de un cachito de amor o del atrevimiento de soñar un futuro perfecto...

No estamos en un mundo favorable para caminar sin armaduras, sin máscaras y sin trincheras, pero a mi me molestan estas protecciones y continuo avanzando al natural, sin más. Porque cuando has sido testigo de tanta tristeza, de tantas vidas desperdiciadas que acaban llevando la muerte a cuerpos jóvenes, sabes que no hay tiempo que perder y cuando en medio del desierto te tropiezas raramente con un manantial, no puedes pasar de largo sin beber de él, aunque sus aguas resulten venenosas, aunque eso sea el final para ti. A pesar de todo, es mejor intentar la hidratación que continuar andando con la sed acuciando intensamente, una sed que te llevará al mismo final de todas formas, con la diferencia de no haber intentado, al menos, beber de las aguas que se te brindaron una vez.

Así transito por este mundo, como una valiente con sus quijotadas -absurdas tantas veces, preciosas otras muchas-, cabalgando sobre un rocinante vulnerable, debilitado y casi agonizante, pero, eso sí, cabalgando valiente, sin miedos. Aunque últimamente me preocupa estar desarrollando cierta fobia curiosa. Tengo un miedo, sí, TENGO MIEDO AL MIEDO, un miedo atroz a ese miedo que paraliza a las personas, que las hace esclavas de sí mismas, que las conduce a pequeños castillos de aislamiento, que estrangula sus sueños y que las mata por dentro convirtiéndolas en soldados aprensivos que se retiran del campo de batalla antes de llegar a él. Y así, cada vez que me encuentro con alguien que me habla de sus temores, mi valentía exacerbada se queda petrificada y me echo a temblar.

Lo peor es cuando el temor es A SER FELIZ (t-e-n-g-o-m-i-e-d-o-a-s-e-r-f-e-l-i-z), paradójico, ¿no?. Es como negarse a probar un dulce por si nos gusta demasiado, más bien por si nos gusta demasiado y después lo perdemos. Pero entonces, ¿en que se convierte la vida?, ¿quizá en mantener un estado de frustración crónico para no caer en la frustración? -¿¡qué!?-, ¿quizá en probar sólo aquello que preveamos que nos puede gustar poco para que no duela tanto la posible pérdida?, ¿o tal vez en no degustar nada?, ¿o mejor, en fabricarnos una burbuja de cristal desde donde veamos pasar la vida delante de nuestros ojos?, la vida de los otros, la de los valientes, claro.

Pueden llamarme loca insensata, pero este es mi deporte de riesgo, sí señor, practico la vida y practico la entrega del corazón allá donde creo que la causa merece, a pecho descubierto, sin corazas. Y sigo arriesgando, a pesar de estrellarme contra molinos de viento.

Heridas, haberlas haylas, y duelen, duelen mucho, pero ¿cómo, si no, ser quijote en medio de un mundo de sanchos?.


martes, 23 de septiembre de 2008

REVERENCIA AL OTOÑO

Ya ha llegado el otoño, hoy todo el mundo habla sobre ello. Yo le saludé anoche. Hace tiempo que lo esperaba y lo temía, de hecho este año se adelantó unos meses en mi corazón, ¿y qué hacer sola una noche en casa, escuchando cómo llueve fuera sin parar, mientras el otoño entra ferozmente por la puerta? Nada mejor que ponerse a ordenar armarios y papeles, a limpiar rincones apresurada como si me faltara tiempo para tenerlo todo preparado a su llegada, como si no quisiera pensar en nada más, como si necesitase olvidar lo que se avecina: los grises, los nublados, las lluvias lánguidas, los días plomizos, los atardeceres tempranos, las noches melancólicas, mi cama fría, mi despertar lloroso, mi soledad acentuada exponencialmente.

En mi tarea mecánica me dejo acompañar por la música, siempre me resultó la mejor compañía, transportándome en mis soledades a navegar por mundos fantásticos y cálidos. Esta noche nostálgica me ha dado por recuperar un disco del 2001 que he encontrado desempolvando la estantería del salón. Hoy me vuelvo a sentir un poco Bridget Jones y me dejo llevar por el recuerdo de su primera banda sonora.

El Respect de Aretha me empieza a poner las pilas, noto el calor que sube poco a poco por mis piernas que me piden bailar. Con el It’s raining men comienzan a llover hombres en mi cabeza y el calor sigue subiendo. Me he puesto juguetona y siento un deseo inmenso de seguir bailando, así que suelto el trapito de limpiar el polvo y me dejo llevar entregando mi cuerpo a las sombras de la luz melocotón de la lámpara del rincón. Escuchando Someone like you de Vanessa Williams noto cómo va cambiando mi tono desde euforia hasta sensualidad y empieza a sobrarme la escasa ropa que llevo puesta. La dejo caer en el suelo y sigo abandonándome al momento. El Dreamsome de Shelby Lynne me conduce al delirio entre una cadenciosa letra que libera mi recuerdo, y observo cómo mis curvas dibujan siluetas morbosas entre las sombras de la pared, repitiendo con ella: in the dark I can hear you whisper shadows still, move across the distance … did you miss me…?, did you miss me…? El fuego me desborda y mi piel derretida enciende gotitas de sudor que se deslizan por el surco de mi pecho bajando hasta mi ombligo y de ahí hasta mis muslos, en un deseo a solas que quisiera compartir con alguien más que con Perla, quien lleva rato observándome con su curiosidad felina sentada frente a mi, moviendo su cabecita y preguntándose si me habré vuelto loca.


Cuando llega Pretender got my heart yo ya me he fundido en la hoguera de este aquelarre solitario. Vuelvo a la realidad cuando me percato de un sonido familiar que años atrás me hubiese hecho llorar, pero la tórrida sesión ha hecho que oír All by myself esta vez no me ponga tristona porque, de repente, el otoño no evoca esas sensaciones, sino las imágenes de un río teñido de colores ocres, amarillos, anaranjados y rojos de pasión, evocando en mí los tonos del amor, del deseo y de la fiebre anunciada y también, cómo no, los de la ilusión y la esperanza insinuados en los verdes que aún conserva este bonito bodegón de mi tierra. Me pongo a pensar que ésta es una época de renovación, donde los árboles se despojan de las hojas caducas, permanecen las perennes y se acomoda un espacio para engendrar las futuras, esas que tomarán toda su fuerza dentro de unos meses para mostrarse en todo su esplendor con los primeros rayos de sol. Además, el otoño también tiene sus flores, unas que muestran menos pétalos, unas más micológicas, de esas que necesitan un buen riego estival previo, pero yo he estado regando en profundidad durante este tiempo, así que espero recoger muy buena cosecha en los meses venideros.

Acaba el disco, todo se queda en silencio. Me dejo caer al suelo, semidesnuda, mirando al techo con una sonrisa enorme cruzando mi cara. Realmente –me digo -, esta es la estación más hermosa del año en este privilegiado entorno y comienzo a imaginar un remolino de hojas granates a mi alrededor que me traen susurros del viento quien, guiñándome un ojo cómplice, me dice: ni te imaginas todo lo que te va a regalar el otoño, mi niña.

Ya está, sin darme cuenta he recibido al otoño y qué mejor reverencia para una estación tan bella.


Llevaba días esperándolo, preparándome para recibirlo con tristeza, pero me ha sorprendido él a mí con gran alegría. Me levanto y me dirijo al espejo del pasillo…, guau!, me encanta la expresión de mi cara, tengo los ojos encendidos de vida y de excitación, mi cuerpo se muestra bañado por un brillo aceituna y mi pelo negro enredado entre las ondas que la humedad ha creado. Le hablo a la imagen que tengo frente de mí y le digo sin-vergüenza, cara a cara: mañana empieza una nueva vida, seguro, esta vez es seguro, hay un motivo, un gran motivo para ello, seguro…

lunes, 22 de septiembre de 2008

LAS MARIPOSAS DE ARENA


Un precioso día soleado dos mariposas se encontraron posando sus alas en la ladera de un monte, descansaban sobre los pétalos de dos margaritas idénticas y, mirándose de reojo, enseguida se percataron de que la escena era un reflejo en espejo. Tenían los mismos colores, las mismas antenas, los mismos movimientos, emitían los mismos sonidos, habían escogido flores gemelas y seguían el mismo recorrido.
Una de ellas, atónita por la exactitud del momento, decidió romper el silencio:
-Hola, ¿estás de paso?
-Sí, yo siempre estoy de paso-, contestó la segunda mariposa, -me dirijo al jardín de los sueños, es allí donde quiero morir-
-¡Qué casualidad!, yo también quiero llegar allí, pero tengo un problema, mis alas están algo dañadas y no creo que pueda acabar el trayecto.
-¡Cómo que no!, si eres una mariposa de los sueños, tienes que poder, si lo sueñas de verdad, todo el universo conspirará para que se cumpla- dijo la segunda mariposa.
-Me da miedo, dudo, no se..., creo que prefiero quedarme aquí, es un lugar bonito, tranquilo, no estaría mal morir aquí mismo.
-¡Ni pienses en eso!. ¡Vamos, anímate, volaremos juntas!

Y así fue cómo las dos mariposas emprendieron unidas su vuelo hacia el jardín de los sueños. Soñaron sueños al unísono, cantaron, bailaron, rieron, compartieron las más bellas flores, se revelaron secretos, fundieron sus cuerpos y sus almas... Hasta que, un buen día, las dos supieron que se amaban, pero ninguna se atrevió a confesarlo. ¿Quién iba a arriesgar a que le partieran el corazón, quién iba a aventurarse a ganar, si después tenía que perder?, ¿quién?. Ninguna, ninguna lo hizo. Y, poco a poco, un velo de recelo fue tiñendo su alianza. Es lo que ocurre cuando las palabras se disfrazan para ocultar las verdaderas.

Las deterioradas alas de la primera mariposa habían aguantado bien el duro camino hasta ese punto, pero la desolación que empezaba a asomar en su alma hizo el resto de la herida y sus escamas de colores comenzaron a caerse con extrema rapidez. La segunda mariposa nunca dejaba que sus heridas de desolación se manifestaran hacia el exterior.

Una mañana, al despertar, la mariposa primera intentó arrancar su vuelo, pero sus alas ya no respondían. La segunda, viendo el gesto de dolor de la primera, le dijo:
-Ya estás con tus miedos de siempre, ¡vamos, haz un esfuerzo!
-No puedo, te lo prometo, esta vez estoy herida de verdad. Te dije que no podía responder por mis alas, ni garantizar que fuese capaz de llegar hasta el final. Se que te enfadarás si paro aquí, se también que no estás dispuesta a esperarme, ni a ayudarme, porque tus deseos son más fuertes. Sigue tú sola, necesito curarme, me quedo aquí por un tiempo.
La segunda mariposa empezó a cambiar su expresión frunciendo el ceño y, sin pensarlo dos veces, le dijo furiosa:
-¿Me estás culpando de tu herida?, ¡tus alas ya venían rotas cuando te conocí!. Yo también tengo mis propias heridas, aunque no supuren por mis alas, y no te culpo por ello. Tú lo has decidido, no yo, tú me has echado de aquí, así que seguiré mi vuelo sola.

El silencio cubrió todo de gris. Los días se hacían eternos, las noches de hielo. La primera mariposa se quedó en una pequeña cueva oscura escuchando cómo su propio latido bombeaba la sangre que iría curando sus alas, mientras derramaba litros de lágrimas y se preguntaba cómo la otra mariposa podía haberla abandonado allí, en medio de la nada, precisamente ahora, cuando más la necesitaba. La segunda mariposa volaba y volaba sin cesar para no detenerse a pensar, aunque su dañado corazón comenzaba a fallar demasiado y le pedía imperiosamente que se detuviera de una vez o explotaría entre una bruma rosa. Cuando se detuvo, por fin, quedándose a solas con su silencio, la imagen de la primera mariposa comenzó a perseguirle obstinadamente, por mucho que intentaba detenerla. Algunas noches, en que la luna llena la fijaba con fuerza a su memoria, la cólera subía por su garganta hasta hacerle estallar preguntando al viento porqué la primera mariposa le había abandonado en su vuelo, dejándola en medio de la nada, precisamente ahora, cuando más la necesitaba.

Cuando la mariposa de las alas rotas se sintió fuerte y recuperada, decidió retomar su vuelo, por supuesto esta vez sola, pues no quería saber nada más de la mariposa cruel que la abandonó cuando más la necesitaba. Cuando la mariposa del corazón dañado se sintió fuerte y recuperada, continuó igualmente su vuelo, también por supuesto sola, pues no quería ni oír hablar de la mariposa quejumbrosa que la abandonó cuando más la necesitaba.

Pero, curiosidades de la vida, el destino parecía empeñarse en que se encontraran de nuevo y, un atardecer, en la ladera de otro monte, las dos fueron a aterrizar en la misma margarita. Al verse con las patitas unidas sobre el estambre de la flor dispuestas a libar el mismo néctar, ambas saltaron despavoridas cada una por un lado, sin decirse ni nada. A partir de aquel día, se siguieron el vuelo a corta distancia, pero nunca se cruzaron la mirada, ni una sola palabra. Intentaban evitarse continuamente, pero el universo seguía insistiendo en sus reencuentros. Algunas veces, alguna de las dos entonaba canciones de decepción sobre la otra y el eco se ocupaba de hacerlas llegar a los oídos de su destinataria, a lo que ésta respondía creando melodías con el mismo tono y letra.

En medio de su autosuficiencia, ninguna de las dos se percató de que se avecinaba un largo desierto en el trayecto, pero casualmente la primera mariposa había cargado un pequeño pétalo con una reserva de agua y la segunda mariposa otro con una pequeña reserva de comida. Los primeros días en el desierto fueron difíciles, pero consiguieron sobrellevarlos. La primera bebía sorbitos de agua y aún le sobraba para regalar, pero tenía un hambre infernal. La segunda ingería bocaditos de comida y aún le sobraba para regalar, pero tenía una sed diabólica. Las dos conocían perfectamente que cada una tenía lo que la otra necesitaba para sobrevivir, pero ninguna dijo nada, ninguna pidió nada, ninguna quiso dar el primer paso.
El hambre y la sed se convirtieron poco a poco en dagas mortales que acechaban a las dos. La debilidad les hizo detenerse, y curiosamente, fueron hacerlo cada una a una ladera de un pequeño montículo de arena. Podían oírse sus respiraciones agonizantes, sabían que estaban allí y que cada una tenía la salvación de la otra, pero callaron.

El siguiente amanecer no hubo más vuelos, ni más canciones de decepción, tampoco soñaron nunca más sueños al unísono, ni cantaron, ni bailaron, ni rieron juntas, no compartieron jamás de nuevo las más bellas flores, ni se revelaron secretos, tampoco fundieron más veces sus cuerpos ni sus almas. Ninguna pudo llegar al jardín de los sueños porque todo acabó allí para las dos.

Alguien me contó que las encontraron muertas, cada una a una ladera de un pequeño montículo, casi enterradas, creando la silueta de dos bellas estatuas aladas de arena. La primera con su pétalo de agua, la segunda con su pétalo de comida. Pero cuando soplaron sobre las figuras, hallaron algo más apoyado en sus pechos, junto a su pétalo las dos sujetaban fuerte, entre las manos apretadas contra su corazón, una pequeña nota donde cada una decía exactamente lo mismo:
“quiero volar a tu lado al jardín de los sueños”.









jueves, 18 de septiembre de 2008

DANDO LA CARA


Después de mucho llorar, de pelearme conmigo misma y con el mundo, después de esconderme en rincones y de sentirme el ser más desgraciado del universo, hoy llegó el momento de dar la cara.

Sí, yo doy la cara ante mi propia existencia y asumo las responsabilidades sobre mí misma.
Soy la autora de mi vida y soy responsable de todo,
de lo que tengo y de lo que perdí,
de lo que soy y no soy,
de lo que quiero y no quiero,
de a quienes quiero y a quienes no,
de quienes me quieren y de quienes no,
de lo que hago y de lo que no hago,
de lo que elijo y de lo que dejo pasar,
de lo que compro y de lo que vendo,
de lo que hablo y de lo que callo,
de lo que me apasiona y de lo que me aburre,
de lo que acepto y de lo que rechazo,
de lo que me hace sentir viva y de lo que me mata,
de mis placeres y de mis sufrimientos,
de lo que veo y de lo que no quiero ver,
de lo que me endulza y de lo que me amarga,
de lo que doy y de lo que recibo,
de lo que gusto y de lo que me gustan,
de lo que me hace libre y de lo que me hace esclava…

De todo…, sí, lo asumo, de todo soy responsable. Porque soy culpable, causante, creadora, inventora, promotora, gestora, conductora, encargada, gerente, directora, presidenta, ama, patrona, propietaria, jefa…, dueña y señora de mi propia vida. Porque yo soy yo y porque mi vida es mía.
Por eso, sólo por eso, hoy doy la cara

miércoles, 17 de septiembre de 2008

EL RUISEÑOR Y LA ROSA


Ayer, hablando con alguien sobre el sentido del amor, me recordó un autor y un cuento de referencia para él. También me dejó el sabor de unas palabras que aún hacen eco en mi cabeza: "el mundo de lo afectivo es lo único interesante que queda"

Cuando me quedé a solas, leí ese cuento, me hizo llorar y también reflexionar. No podía dejar pasar la frescura de su recuerdo, así que lo reproduzco literalmente aquí. Merece la pena tomarse unos minutos para leerlo, aunque ya lo conozcamos.

Gracias Fernando.


EL RUISEÑOR Y LA ROSA

(Oscar Wilde)

- Dijo que bailaría conmigo si le llevaba rosas rojas -exclamó el joven estudiante-; pero no hay ni una sola rosa roja en todo mi jardín.
Desde su nido en la encina le oyó el ruiseñor, y miró a través de las hojas y se quedó extrañado.
- Ni una sola rosa roja en todo mi jardín -exclamó el estudiante; y sus hermosos ojos se llenaron de lágrimas.
- ¡Ah, de qué cosas tan pequeñas depende la felicidad! He leído todo lo que han escrito los sabios, y son míos todos los secretos de la filosofía; sin embargo, por no tener una rosa roja, mi vida se ha vuelto desdichada.
- He aquí por fin un verdadero enamorado -dijo el ruiseñor.
- Noche tras noche le he cantado, aunque no le conocía; noche tras noche he contado su historia a las estrellas, y ahora le estoy viendo. Tiene el cabello oscuro como la flor del jacinto y los labios tan rojos como la rosa de sus deseos; pero la pasión ha hecho que su rostro parezca de pálido marfil, y el dolor le ha puesto su sello sobre la frente.
- El príncipe da un baile mañana por la noche -musitó el estudiante-, y mi amada estará entre los invitados. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el alba Si le llevo una rosa roja, la tendré entre mis brazos, y reclinará la cabeza en mi hombro, y su mano estará prisionera en la mía. Pero no hay ni una sola rosa roja en mi jardín, así es, que estaré sentado solo, y ella pasará desdeñándome. No me prestará atención alguna y se me romperá el corazón.
- He aquí ciertamente el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor.
- Lo que yo canto, él lo sufre; lo que es para mí alegría es dolor para él. En verdad el amor es maravilloso; es más precioso que las esmeraldas y más costoso que los finos ópalos. No se puede comprar con perlas ni con granates, ni está a la venta en el mercado, no lo pueden comprar los mercaderes, ni se puede pesar en la balanza a peso de oro.
- Los músicos estarán sentados en su estrado -dijo el joven estudiante-, y tocarán sus instrumentos de cuerda y mi amada danzará al son del arpa y del violín. Danzará tan ligera que sus pies no rozarán el suelo, y los caballeros de la corte, con sus trajes alegres, estarán todos rodeándola. Pero conmigo no bailara, pues no tengo una rosa roja para darle.
Y se arrojó sobre la hierba, y ocultó el rostro entre las manos y lloró.
- ¿Por qué llora? -preguntó una lagartija verde, cuando pasaba corriendo junto a él con el rabo en el aire.
- Eso, ¿por qué? -dijo una mariposa que revoloteaba persiguiendo a un rayo de sol.
- Sí, ¿por qué? -susurró una margarita a su vecina, con una voz suave y baja.
- Está llorando por una rosa roja -dijo el ruiseñor
- ¡Por una rosa roja! –exclamaron-; ¡Qué ridículo!
Y la lagartija que era algo cínica, se rió abiertamente.
Pero el ruiseñor comprendía el secreto de la pena del estudiante, y permaneció posado silencioso en la encina, y pensó en el misterio del amor.
De pronto desplegó sus alas pardas para emprender el vuelo y hendió los aires. Pasó por la arboleda como una sombra, y como una sombra voló a través de jardín. En el medio del césped crecía un hermoso rosal, y al verlo voló hacia él y se posó sobre una rama.
- Dame una rosa roja –exclamó-, y te cantaré mi más dulce canción.
Pero el rosal negó con la cabeza.
- Mis rosas son blancas –respondió-, tan blancas como la espuma del mar, y más blancas que la nieve de la montaña. Pero ve a ver a mi hermano, el que trepa alrededor del viejo reloj de sol y te dará tal vez lo que deseas. Así es que el ruiseñor se fue volando hasta el rosal que crecía en torno al viejo reloj de sol.
- Dame una rosa roja –exclamó-, y te cantaré mi más dulce canción.
Pero el rosal negó con la cabeza.
- Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como el cabello de la sirena que se sienta en un trono de ámbar y más amarillas que el narciso que florece en el prado antes de que llegue el segador con su guadaña. Pero ve a ver a mi hermano, el que crece al pie de la ventana del estudiante, y te dará tal vez lo que deseas. Así es que el ruiseñor se fue volando hasta el rosal que crecía al pie de la ventana del estudiante.
- Dame una rosa roja –exclamó-, y te cantaré mi más dulce canción.
Pero el arbusto negó con la cabeza.
- Mis rosas son rojas –respondió-, tan rojas como los pies de la tórtola, y más rojas que los grandes abanicos de coral que se mecen y mecen en la sima del océano; pero el invierno me ha congelado las venas, y la escarcha me ha helado los capullos, y la tormenta me ha roto las ramas, y no tendré rosas este año.
- Una rosa roja es todo lo que necesito -exclamó el ruiseñor-, ¡sólo una rosa roja! ¿No hay ningún medio por el que pueda conseguirla?
- Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.
- Dímelo -dijo el ruiseñor-, no tengo miedo.
- Si quieres una rosa roja -dijo el rosal-, tienes que hacerla con música, a la luz de la luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Debes cantar para mí con el pecho apoyado en una de mis espinas. A lo largo de toda la noche has de cantar para mí, y la espina tiene que atravesarte el corazón, y la sangre que te da la vida debe fluir por mis venas y ser mía.
- La muerte es un alto precio para pagar una rosa roja -exclamó el ruiseñor-, y la vida nos es muy querida a todos. Es grato posarse en el bosque verde, y contemplar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perla. Dulce es la fragancia del espino, y dulces son las campanillas azules que se esconden en el valle y el brazo que el viento hace ondear en la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida, ¿y qué es el corazón de un pájaro comparado con el corazón de un hombre?
Así es que desplegó las alas pardas para emprender el vuelo y hendió los aires. Pasó veloz sobre el jardín como una sombra, y como una sombra atravesó volando la arboleda.
El joven estudiante todavía estaba echado en la hierba, donde le había dejado, y las lágrimas aún no se habían secado en sus hermosos ojos.
- ¡Sé feliz! -exclamó el ruiseñor-, ¡sé feliz! ; tendrás tu rosa roja. Te la haré de música a la luz de la luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Todo lo que te pido a cambio es que seas un verdadero enamorado, pues el amor es más sabio que la filosofía, por sabia que ésta sea, y más fuerte que el poder, por potente que sea éste. Del color de la llama son sus alas, y de color de llama tiene el cuerpo. Sus labios son dulces como la miel y su aliento es como el incienso.
El estudiante alzó los ojos de la hierba y escuchó, mas no pudo entender lo que le estaba diciendo el ruiseñor, pues sólo sabía las cosas que están escritas en los libros.Pero la encina comprendió y se puso triste, porque quería mucho al pequeño ruiseñor que había hecho su nido entre sus ramas.
- Cántame una última canción -musitó-: me sentiré muy sola cuando te hayas ido.
Así es que el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que sale a borbotones de una jarra de plata.
Cuando hubo terminado su canción, el estudiante se levantó, y sacó un cuaderno y un lápiz de su bolsillo.
- Él tiene estilo -dijo para sí, mientras caminaba a través de la arboleda-, eso no se le puede negar, pero ¿tiene sentimientos? Me temo que no. De hecho, es como la mayoría de los artistas, es todo estilo, sin ninguna sinceridad. No se sacrificaría por los demás. Piensa tan sólo en la música, y todo el mundo sabe que las artes son egoístas. Sin embargo es preciso admitir que hay notas hermosas en su voz. ¡Qué lástima que no signifiquen nada, ni tengan ninguna utilidad práctica!
Y entró en su habitación y se echó sobre el pequeño jergón, y se puso a pensar en su amor, y al cabo de un tiempo se quedó dormido.
Y cuando la luna brilló en el cielo, fue volando al rosal el ruiseñor y puso su pecho contra la espina. Cantó toda la noche con el pecho contra la espina, y la luna de frío cristal, se asomó para escucharla. A lo largo de toda la noche estuvo cantando, y la espina penetraba más y más profundamente en su pecho, y la sangre, que era su vida, fluía fuera de él.
Cantó primero el nacimiento del amor en el corazón de un adolescente y de una muchacha. Y en la rama más alta del rosal floreció una rosa admirable, pétalo a pétalo, a medida que una canción seguía a otra canción. Pálida era al principio, como la bruma suspendida sobre el río; pálida como los pies de la mañana, y de plata, como las alas de la aurora. Como la sombra de una rosa en un espejo de plata, como la sombra de una rosa en el estanque, así era la rosa que florecía en la rama más alta del rosal.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretara más contra la espina.
- ¡Apriétate más, pequeño ruiseñor! -gritaba el rosal-, ¡o llegará el día antes de que esté terminada la rosa.!
Así es que el ruiseñor se apretó más contra la espina, y su canto se hizo cada vez más sonoro, pues cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una doncella.
Y un delicado arrebol rosado vino a los pétalos de la rosa, como el rubor del rostro del novio cuando besa los labios de la novia. Pero la espina no había llegado aún al corazón del pájaro, así que el corazón de la rosa seguía siendo blanco, pues sólo la sangre del corazón de un ruiseñor puede teñir de carmesí el corazón de una rosa. Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretara más contra la espina.
- ¡Apriétate más, pequeño ruiseñor! -gritaba el rosal-, ¡o llegará el día antes de que este terminada la rosa!
Así es que el ruiseñor se apretó más contra la espina, y la espina tocó su corazón, y sintió que le atravesaba una intensa punzada de dolor. Amargo, amargo era el dolor, y más y más salvaje se elevó su canto, pues cantaba al amor que se hace perfecto por la muerte, al amor que no muere en la tumba.
Y la rosa admirable se volvió carmesí, como la rosa del cielo en el oriente. Carmesí era el ceñidor de pétalos, y carmesí como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor se volvió más débil, y sus pequeñas alas empezaron a batir, y un velo le cubrió los ojos. Más y más débil se tornó su canto, y sintió que algo le ahogaba en la garganta.
Moduló entonces un último arpegio musical. La luna blanca lo oyó y se olvidó del alba, y se quedó rezagada en el cielo. La rosa roja lo oyó, y tembló toda de arrobamiento, y abrió sus pétalos al aire frío de la mañana. El eco se lo llevó a su caverna púrpura de las colinas, y despertó de sus sueños a los pastores dormidos. Flotó a través de los juncos del río, y ellos llevaron su mensaje al mar.
- ¡Mira, mira! -gritó el rosal- ¡La rosa ya está terminada!
Pero el ruiseñor no respondió, pues yacía muerto en la hierba alta, con la espina en el corazón. Y al mediodía el estudiante abrió la ventana y se asomó.
- ¡Mira!, ¡Qué suerte tan maravillosa! –exclamó- ¡he aquí una rosa roja! No había visto en mi vida una rosa semejante. Es tan bella que estoy seguro que tiene un largo nombre latino.
Y se inclinó y la arrancó. Se puso luego el sombrero y se fue corriendo a casa del profesor con la rosa en la mano.
La hija del profesor estaba sentada en el umbral, devanando seda azul alrededor de un carrete, con su perrito echado a sus pies.
- Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja. -exclamó el estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo entero. La llevarás prendida esta noche cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos ella te dirá cuánto te quiero.
Pero la muchacha frunció el ceño.
- Temo que no me vaya bien con el vestido -respondió- y, además, el sobrino del chambelán me ha enviado joyas auténticas, y todo el mundo sabe que las joyas cuestan mucho más que las flores.
- ¡Bien, a fe mía que eres una ingrata! -dijo el estudiante muy enfadado.
Y arrojó la rosa a la calle, donde cayó en el arroyo, y la rueda de un carro pasó por encima de ella.
- ¿Ingrata? -dijo la muchacha-. Y yo te digo que tú eres un grosero, y, después de todo, ¿quién eres tú? Sólo un estudiante. !Cómo!, No creo que tengas ni siquiera hebillas de plata para los zapatos, como tiene el sobrino del chambelán.Y se levantó de la silla y entró en la casa.
- ¡Qué cosa tan necia es el amor! - -se dijo el estudiante mientras se marchaba-. No es ni la mitad de útil que la lógica, pues no prueba nada, y siempre nos dice cosas que no van a suceder, y nos hace creer cosas que no son ciertas. De hecho, es muy poco práctico, y como en estos tiempos ser práctico lo es todo, me volveré a la filosofía y estudiaré metafísica. Así es que volvió a su habitación, y sacó un gran libro polvoriento, y se puso a leer.

Y yo me pregunto: ¿Dónde está el amor en esta historia?, ¿quién es el que ama?, ¿cómo hay que vivir el amor?, ¿acaso merece la pena?, ¿qué es mejor, matar al amor o que te mate él a ti?...

Tal vez me conmovió porque conozco bien lo que es ser ruiseñor cuya rosa de sangre acaba aplastada por la rueda de un carro...

Pero me sigo quedando con el papel del ruiseñor porque, aún sin recibir, no hay nada más bonito que ser capaz de dar así, de sentir de esta manera, porque en el hecho mismo de morir por amor, ese pajarito ya sintió el amor más grande.

Y pobre del que carezca de esta capacidad..., pobre del que muera sin conocer este sentimiento..., pobre...



martes, 16 de septiembre de 2008

DÍAS EN NEGRO, NOCHES EN BLANCO


Hay días en negro y noches en blanco, mañanas que despiertas del poco sueño que te ha acompañado sintiendo un velo negro pegado a tu corazón, incorporándote al día fría y rígida como una roca desde una noche en blanco que sólo ha servido para arañar recuerdos dolorosos o, en alguna pequeña incursión al sueño, para dibujar ensoñaciones que te adentran en una cálida irrealidad de la que te arranca cruelmente el desvelo.

Te levantas en esos días como si hubieses muerto durante la noche y tu cuerpo ya no quisiera seguir tus mandamientos, pero algún mecanismo instintivo te sigue impulsando a realizar la liturgia matinal. Entonces recuerdas que ese día tiene una salvación: ese día escaparás de allí, ese día no estarás para ser testigo de tu realidad. Tienes dos días por delante para volar. Te vistes con rapidez, cierras la maleta y corres hacia la estación donde te esperan unos ángeles con los que sabes que enjuagarás tu angustia al menos por ese fin de semana y esa idea, tan sólo esa idea, le obsequia una bocanada de oxígeno a tus pulmones estrangulados.

Allí están ellos, con sus caras sonrientes, sus oídos y sus hombros sobre los que descansar el desconsuelo de una noche borrascosa. Ellos también han cargado en sus maletas anhelos, luchas y tristezas, pero delegan sus necesidades para escuchar las tuyas y sabes que eso jamás podrás olvidarlo.

Durante el viaje, el día negro comienza a cobrar otras tonalidades, mezclándose del azul y dorado de una mañana que, aunque fría, conserva todavía un porte de verano. Llegamos al destino y Madrid nos da la bienvenida latiendo vida por los cuatro costados. Eso es precisamente lo que buscamos, vida. Y aunque, desde el primer trago de aire, todo te rasca la memoria de un pasado día de primavera, aunque sus gentes, su olor, su luz, su asfalto, sus parques, sus semáforos, sus bares, sus museos, te gritan vestigios de otros paseos que se quedaron para siempre con la magia, con los sueños, con la esperanza, con la valentía, con los amaneceres eternos, y aunque allí existió alguien que un día te admiró, alguien que conectó con fuerza contigo, con la misma fuerza con la que después desconectó de ti… A pesar de todo, algo sigue destilando la misma magia.

Circulamos abriéndonos paso entre la marea humana de estilos variopintos y, respirando profundo, se nos abre una sonrisa en la cara: esto promete. Pronto empiezan los chistes y las carcajadas incontroladas, lo cual consigue relajar nuestros nudos de la garganta, dando paso a algo parecido a la felicidad. -Esto es terapéutico- nos decimos constantemente, mientras no se nos pasa ni un detalle del espectáculo que va desplegándose ante nuestros ojos.

Dejamos las cosas rápidamente en un hotel que, curiosamente, nos hace guiños sincrónicos transportándonos hasta la calles Luna y Desengaño, pero que sólo merecen un leve comentario porque no hay tiempo que perder y, de nuevo, a sumergirnos en las calles. Comemos, pateamos vías y museos, reímos con ganas, hacemos planes para las próximas horas y absorbemos todo lo que el día nos regala. Arriba y abajo, nuestras piernas nos van llevando, Gran vía, Callao, Malasaña, Fuencarral, Hortaleza, Montera, Sol, Plaza Mayor, Neptuno, Paseo del Prado, Atocha… Lugares, gentes, exposiciones, Caixa forum, Reina Sofía, Thyssen…

El día, ya policromado, se ha ido consumiendo, pero nuestro hambre de vida no. Nos adentramos en la noche, hoy también nos espera una Noche en Blanco, pero distinta a la de ayer, esta será una noche formalmente en Blanco, institucionalmente en Blanco, la tercera edición que celebra Madrid y, mira por dónde, nos ha pillado allí. Y es que éste es uno de esos días en que todo se tiñe de hechizo, por algo será que esta edición propone como líneas argumentales la ilusión y la magia, el contraste entre lo real y lo imaginario, entre lo que es y lo que parece ser. ¡Perfecto para nosotros!, sobre todo si le unimos otros dos elementos mágicos como son el 13 del día y la luna llena que nos acompaña.

Así es, el ambiente está cargado de magia, esto promete de nuevo. Las calles hierven en una gran fiesta de cultura. Niños, adolescentes, padres, madres, abuelos, todo el mundo a nadar a la calle, a hacer colas, a disfrutar, a opinar, a participar. Lindo, muy lindo. Nosotros, entre todo este bosque encantado, encantados de formar parte de la celebración, comenzamos nuestra ruta nocturna, Tribunal, Bilbao…, adentrándonos en una isla del tesoro con sus piratas buenos y malos, seguimos caminando en tierras extrañas, descansamos entre cojines que te atrapan, intentando compensar con bebidas estimulantes la soñolencia que empieza a asomar. Y la noche continua, Chueca, Huertas, plazas, bares, callejones atestados de bullicio, música, selvas de cuerpos deslizándose al ritmo de melodías provocativas, miradas que queman, la lujuria corta el aire…

El amanecer acaba con una noche en blanco que también ha ido pintándose de muchos colores, pero me quedo con el rojo-pasión, pasión por el arte, pasión por la magia, pasión por el amor, pasión por la amistad, pasión por ser uno mismo, pasión por la vida.

Eso es lo que te traes a casa, la pasión, y a pesar del agotamiento que desborda tu cuerpo, la noche del domingo te acuestas con ella y te lleva de la mano a una noche de color, del color que inventen tus sueños porque hoy tú eres su dueña, porque has dejado allí aquella otra noche en blanco y aquel día en negro y te has traído las manos cargadas de energía, de luna llena, de recuerdos, de blanco, de rojo y de toda una gama arco iris.

También descubres cuando abres la maleta que, sin querer, se te ha colado un pequeño polizón, es ese trocito tuyo que seguía allí mismo donde lo dejaste otro día de primavera, esta vez no quiso quedarse.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

MÁS PIEDRAS PRECIOSAS, MÁS FLORES DE OTOÑO


La vida está llena de piedras preciosas con las que te vas tropezando a medida que decides dar pasos en el camino e incluso, a veces, cuando te quedas paralizado en medio de la nada, cuando has decidido salir del camino, parar y sentarte a recuperar fuerzas, ellas por sí solas vienen mágicamente a ti.

Es curioso cómo en los momentos sombríos, a pesar del silencio de tus labios, tu energía parece llamar a gritos a las personas que te quieren, como si de un cordón umbilical que une tu corazón al suyo se tratase. Simplemente aparecen con su sonrisa, su abrazo, su calor, su incondicionalidad y todo parece cobrar sentido. Es entonces cuando sientes que las semillas que sembraste muestran sus flores más bellas, tiñendo el aire de primavera aún a las puertas de un gris otoño.

Hoy día es difícil creer en ángeles de la guarda (ya sabemos que corren tiempos difíciles para la lírica), pero yo, a pesar de que una apática incredulidad pisa fuerte por mis venas, sigo creyendo en el mío. Sí, a pesar de todo, lo siento aquí a mi lado. Nunca me abandonó, sólo quedó callado mientras yo elegía mis caminos, pero vuelve siempre que mis rodillas se bloquean. Sopla en mi nuca y me susurra –vas bien, sigue adelante-, mientras va desempañando la niebla de mis ojos y me devuelve la mirada al paisaje de piedras preciosas que me rodean.

Y así, van apareciendo rubíes un domingo por la mañana recordándote que la seguridad y la protección te acompañaron desde tu nacimiento; turquesas un domingo por la tarde ofreciéndote su regazo para aliviar dolor; esmeraldas un domingo por la noche vistiendo tu melancolía de esperanza; diamantes un lunes por la mañana que te dejan los mofletes llenos de besos; ágatas (rubias y morenas) un lunes por la tarde que se convierten en hadas sonrientes que transforman las sombras en destellos de colores; topacios un martes por la mañana que entran en tu espacio para abrazar tu corazón con sus palabras y zafiros que vienen a compartir un momento de complicidad contigo y a amortiguar tus oportunidades perdidas con nuevos proyectos de alegría; amatistas un martes por la tarde que se cuelgan una hora al teléfono contigo tratando de devolverte un poquito de luz (y que lo consiguen); de nuevo las maravillosas ágatas (rubias y morenas) un martes por la noche que lo dejan todo para venir a tu casa a compartir una pizza contigo entre risas, secretos y proyectos y que, cuando se marchan, lo hacen dejando un rastro de cariño por todos los rincones de tu hogar y el eco de una nana que te sumerge en la paz del sueño. Y, cómo no, perlas que siguen llenándolo todo con sus ronroneos, sus juegos y sus amorosos ojos azules.

Mientras, entre tantas piedras preciosas, yo me siento como una roca de luna, gris, llena de agujeros y rara, pero eso sí, también como una piedra especial, privilegiada y mágica por haber caído desde mi astro maravilloso en medio un precioso jardín de pétreas flores de otoño. Qué mejor comienzo para unos pies que acaban de aterrizar en tierra firme.

Mis rubíes, turquesas, esmeraldas, diamantes, ágatas, topacios, zafiros, amatistas, perlas…, sois estrellas en mis noches, mi tesoro más valioso, mi pilar, mi inspiración.

Para vosotras mi gratitud, toda de la que soy capaz, y mi amor, tanto y tanto.

lunes, 8 de septiembre de 2008

UNA PERLA EN MI VIDA

Estoy locamente enamorada. Lo sabía antes incluso de conocerla porque llevaba mucho tiempo esperándola, presagiándola, deseándola. Pero la certeza se hizo palpable desde el primer instante frente a su mirada azul, el flechazo era irremediable.

Llega ahora, cuando más la necesito, en un nuevo acto de sincronicidad, porque no puede ser casualidad que toda mi vida la haya estado soñando y que sea ahora precisamente, cuando yo andaba buscando ronroneos, abriendo espacios y cerrando huecos, cuando el destino la manifiesta en forma de regalo con el que mi familia no sabe qué hacer, ante lo que mi madre piensa que la mejor opción es que Cristina la cuide y que ella cuide a Cristina.

Y allá que me lanzo yo, conduciendo setenta kilómetros entre pinos y soñando con su encuentro. Llego al hogar paterno, saludos, besos, abrazos y mi impaciente pregunta -¿¡dónde está, dónde está!?-. Mi madre me conduce al rincón donde siempre los teníamos en otras épocas y la encuentro pequeñita, dentro de una caja de cartón, desperezándose sobre una alfombra vieja. Una gatita cruzada de siamés, blanca, moteada con ligeras manchas de leche merengada, las orejas y el rabo grises y unos preciosos ojos de cielo azul. Me mira, la miro, suelta unos dulces ¡miu, miu, miu! (porque aún no sabe decir un “Miau” en condiciones), la elevo con suavidad, abrazándola contra mi pecho para darle seguridad, ella me mira a la cara con sus luceritos azules, me ronronea y yo me derrito completamente. Soy suya para siempre.



Pasé el día jugando con ella, la conexión fue increíble, consiguió hacerme olvidar, reír, enternecerme e ilusionarme. ¡Un bichito tan pequeño y con tanto poder curativo!. La conduje otros setenta kilómetros a su nueva casa (nuestra casa ahora) y, mientras le construía su nuevo rincón con comida, leche, caja de arena y cuna para dormir, ella inspeccionaba el terreno con toda la curiosidad felina del mundo; el universo de debajo de los armarios, el universo del espejo del pasillo (ante el que daba respingos resoplando ante su propio reflejo), el universo del salón con sus sillones, sus cables tan provocativos ante sus inmensas ganas de jugar, sus patas de sillas y mesas, el universo de las habitaciones que sólo exploró superficialmente y que dejó para profundizar otro día porque ya era mucho para descubrir y estaba agotada… Llenó mi espacio en unos instantes, es más, se hizo la reina absoluta de todo el territorio porque mi casa ya no es mi casa, sino la suya, y yo encantada de cederle la corona.

Después de cenar, caímos rendidas en el sofá, ella sobre mí, yo debajo de su arrullo y de los ásperos besos de su lenguecita rosa. Despertamos a las dos de la madrugada con la tele hablando sola, nos miramos y le dije –a la cama pequeña, que ya es hora-, pareció comprender perfectamente y, sin apegos, ni maullidos de protesta, ni señales de extrañar nada, la llevé a su lugar donde se quedó como si ese hubiese sido su sitio desde siempre.


Esta mañana he despertado con una ilusión, la de ir a reencontrarme con ella, pero en el trayecto desde mi habitación hasta la suya, he sentido miedo por un momento, pensé que tal vez lo habría soñado (aunque el escozor de sus pequeños arañazos sobre mi piel me garantizaba que no era así), o que se habría esfumado, o que podría haberle pasado algo durante la noche porque no hizo un solo ruido. Pero no, ahí estaba, desperezándose de nuevo entre sus mius y, enseguida, sus cabriolas de medio lado con el rabo alzado, sus patitas dando pequeños golpes a todo lo que se tropezaba a su paso y sus muestras de independencia gatuna. Cómo no, en mi rostro, una gran sonrisa.

He encontrado una perla única y así la he querido bautizar.

Gracias por venir a mi vida, ¡bienvenida, Perla!.

sábado, 6 de septiembre de 2008

HIJAS DE LA LUZ


Con la llegada de las primeras lluvias y la paulatina despedida del sol, el dolor comenzaba a hacer su entrada en escena. Era inexorable, el filo de sus colmillos brillaba cada día con mayor intensidad. Había intentado zafarse de él buscando caminos alternativos, encontrando mil formas de explicación a todas sus somatizaciones, sumergiéndose en actividades frenéticas, cobijándose entre sus sueños, dando marcha atrás a la memoria de recuerdos endulzados, pensando que su decisión había llegado al punto final de un proceso previo. Pero algo la mantenía en guardia, llevaba meses presagiando su llegada porque en el fondo sabía que el dolor siempre corría más rápido que ella y que acabaría por alcanzarla.

Ya estaba aquí, no quedaban autoengaños posibles a los que abrazarse ni sonrisas artificiales que regalar. Era el momento de batirse en retirada, apagar la luz, apoyarse en su rincón, inclinar la cabeza y dejar que su cuerpo se deslizara hasta el suelo haciéndose un ovillo. Allí, creando charcos salados, fue evocando las vivencias de sus últimos tiempos, las imágenes se sucedían vertiginosamente, iba descosiendo las palabras que la habían acompañado muy de cerca intentando encontrar un hilo conductor que le diera algún sentido al punto cardinal en el que ahora se balanceaba. No lo encontraba, todo carecía de significado, solo caos, disociación, indefensión. Sola frente a sí misma, cuando los días previos había vivido en una constante implosión social. Paradojas típicas de una vida cargada de luces y sombras.

Le pareció sentir un fuerte deja vu, era una experiencia reexperimentada, ya había pasado otras veces por el mismo rincón, por las mimas emociones, por la misma amargura y, según se iba haciendo consciente de ello, le iba consumiendo la rabia hacia sí mima por permitirse transitar por el viejo camino que tanto se afanó en desempedrar años atrás. ¿En qué momento había dejado regresar las piedras a él? y, entonces, ¿por qué volver a pisarlo existiendo otros caminos abiertos? La reprimenda y los múltiples reproches a sí misma aumentaban por momentos. Quería hablar de fortaleza y de alegría de vivir, quería iluminar con su presencia, quería admirarse a sí misma por su capacidad para salir adelante, quería quererse, pero sólo sentía un deseo profundo de castigarse mandándose al infierno de una vez por todas.

Esperaba una llamada que le sacase de ese laberinto negro, pero no llegaba y si hubiese llegado lo único que hubiese logrado sería enterrarla de lleno en su propia espiral, agregando que tan sólo ella podría sacarse de allí. A esa llamada no le hubiese gustado hablar de su dolor, la hubiese reprendido, casi culpado por ello, huyendo de ella y rechazándola. Y ella nunca hubiese dado el primer paso, porque su miedo a la frialdad siempre la superaba paralizándola. Hubiese sido tan bonito escuchar alguna frase de aliento en medio de la oscuridad, pero no llegó a tiempo. Entonces recordó una imagen de niña cuando los anhelados brazos de su madre no llegaban oportunos para arrullarla y ella buscaba consuelo meciéndose a sí mima y acariciándose los labios con las yemas de sus dedos. Emuló el mismo gesto, acompañado de esa frase que siempre lograba reconfortarla: "hasta las sombras más oscuras son hijas de la luz..."

lunes, 1 de septiembre de 2008

RAZÓN VERSUS EMOCIÓN


-¡¡¡Toc, toc, toc!!!
-¿Quién es?

-Soy yo, tu razón, ábreme la puerta.
-¡Vete, déjame tranquila, quiero llorar!

-Por eso te llamo, te estoy oyendo.
-Ahora no quiero verte, estoy con mi emoción.

-Deja ya de lloriquear y piensa con racionalidad.
-No quiero, estoy harta de aguantar el tipo y de buscar explicaciones racionales a algo que le pertenece al corazón.

-Siempre has sido congruente y has sabido aplicar tus experiencias a la realidad. Sabes que esta vez es igual y que terminarás por actuar correctamente, así que ¡deja de malgastar el tiempo en emociones tontas y de comportarte como una cría!
-Te he dicho que estoy cansada de mantenerme en pie y de ser ecuánime. Hoy quiero permitírmelo, quiero rebozarme en mi pena, quejarme de mi mala suerte, echar la culpa de todo al cielo, enfadarme con todo el mundo, gritar hasta quedarme afónica, descolocarme entera y beber hasta perder la conciencia. ¡Lo necesito, necesito sacar este tapón de mi alma!

-Estás siendo injusta, sabes que no hay mala suerte, que la suerte se construye y que, en todo caso, la mala suerte siempre trae algo bueno detrás que te sirve para crecer. Sabes que la culpa es inútil y que, en todo caso, nadie la tiene más que tú, que todo lo que te duele es porque tú permites que te duela, que nadie tiene el poder de herirte a no ser que tú se lo regales. Y sabes que gritar, descolocarte y beber, no te servirán de nada, salvo para sentirte después peor entre una enorme resaca y un dolor infernal de garganta. ¡¡Déjate de tapones del alma y ponle las pilas a tu cerebro, que cuando quieres funciona muy bien!!
-Hoy no, por favor, déjame en paz, ¿por qué nunca lo haces?, ¿por qué siempre vienes a bloquear mi dolor?. En realidad es culpa tuya que yo todavía esté así, no me has dejado nunca despedirme de mis heridas, siempre me has negado el derecho a expresar cualquier emoción negativa y si sólo te dejan ponerle el traje de luces a las emociones positivas, uno acaba sintiéndose como yo ahora, a medias, como un mimo tramposo que representa su obra utilizando sólo la máscara alegre de la tragicomedia y que esconde la triste en un baúl intentando ahogar la parte “tragi” del binomio.

Al otro lado de la puerta, la razón da unos pasos hacia atrás, sintiéndose un tanto desarmada de argumentos porque hasta desde la emoción alguien ha conseguido darle una lección de coherencia. Pero cobra fuerzas y vuelve al ataque:

-¿Y qué hay de tu crecimiento personal?, nunca podrás lograrlo si le das el poder a tu corazón.
-Con el corazón se han edificado las vidas más hermosas. Si tengo que elegir, yo me quedo en su reino.

Refunfuñando y masticando pésimas hipótesis entre dientes, la razón cede en su empeño y se gira, alejándose por el camino del más petulante razonamiento.
Detrás de la puerta se escucha el desgarro de un llanto.