lunes, 30 de junio de 2008

SÁLVAME

Sálvame, desclávame de estas cruces de agonía,…víveme o muéreme, pero no me dejes en este callejón de escarcha negra donde me extingo lentamente.
¡Unos brazos, por favor!, ¿dónde están los tuyos? Grito, suplico, caigo en un rincón sepultada por el llanto, la derrota me transporta al interior de sueños helados donde estás tú. Lejos, eres esa estrella blanca. Sólo puedo distinguir tu corazón que emerge poderoso como una brasa de luz dorada, pero su calor es tan distante que no alcanza a calentar el mío, granizo rojo ya, donde la sangre se detiene negándose a regar mis venas.
Y yo necesito, ruego, imploro, me humillo, me arrastro… una vida o una muerte, ¡pero, esto no!…Busco navajas para apuñalar mi corazón cristalizado, esperando que empiece a derramar litros de sangre que inunden esa oscuridad glacial, tiñendo de escarlata los muros de mi laberinto.
Rojo de vida o púrpura de muerte, pero no este desteñido impasible…
Que me envenene el amor, que me queme el deseo, que acabe conmigo el delirio de mil pasiones, que el corazón se consuma entre te quieros, que se incinere mi boca de tanto besar, que se cieguen mis ojos de comerlo todo con ellos, que explote mi alma entre el éxtasis… Que me muera por ti… Pero no me dejes en callejones adormecidos donde no siento, donde no existo, donde me desdibujo transformándome en algo que es nada, ánima en pena, estela gris transparente, humo entre el resto de humos que se deslizan como nómadas sin dirección.
Morir DE vida antes que morir EN vida. Entra sin llamar, pisa fuerte, sin miedo, sin modales, arráncame de mi rincón, despiértame, sacúdeme, apriétame, muérdeme, quémame… Sálvame…. Mátame de vida…

viernes, 27 de junio de 2008

SIESTA

Entre las ranuras de una persiana mal cerrada, algunos impertinentes rayos de sol buscan una entrada furtiva. Las cuatro en el reloj de una tarde estival, quietud en la can��cula, todo se detiene languidecido por el ahogo del bochorno. En la habitaci��n, la tenue luz melocot��n dibuja un cuerpo de mujer sobre la cama, su desnudez busca el frescor entre las s��banas de raso con movimientos impacientes que rozan insistentemente su piel contra el tejido, creando curvaturas imposibles y ondulaciones voluptuosas. Su boca entreabierta susurra palabras ininteligibles entre suspiros calientes.
Encuentra la postura y se detiene en ella, de costado sobre su brazo derecho extendido hacia arriba, dejando ba��ar su cuerpo de un haz de luz que ofrece la viva estampa de un cuadro de Julio Romero de Torres.
El calor la devora, no tanto por los cuarenta grados externos, sino por el fuego que la abrasa desde dentro. Suspira de nuevo, se riza sobre s�� misma, ondula las caderas, susurra m��s palabras, esta vez dejando adivinar la pronunciaci��n de un nombre masculino. La invocaci��n parece cumplir su cometido y, poco a poco, la puerta del cuarto comienza a entreabrirse. La figura de un hombre aparece frente a la cama tan s��lo cubierta con una peque��a toalla atada a la cintura. Se acerca al lecho portando un vaso de agua con hielo, lo deposita en la mesilla, deja caer la toalla a sus pies y se sienta en el borde de la cama, acariciando el pelo de la musa racial. Ella murmura ���este calor me va a matar-, ��l le pide silencio tapando su boca con una mano, mientras que comienza a desplazar la otra por todo su cuerpo, repasando cada curva, cada pliegue. Arde.
��l coge el vaso de agua y bebe un peque��o trago, atrapando uno de los hielos entre sus labios. Dirigiendo su boca hacia ella, desplaza el hielo sobre su piel, provoc��ndole un espasmo delicioso. La hoguera est�� encendida.
Contin��a la ceremonia entre las brumas naranjas de una habitaci��n que cobra vida en la hora del sue��o abatido, donde dos cuerpos serpentean entre las llamas, entregados al deseo m��s visceral. Fuego, carne, besos, gemidos, s��plicas, secretos confesados entre susurros, vapor, humo, gotas sobre la piel��� Labios que succionan, dientes que muerden, ojos que atraviesan, manos que buscan, piernas que enredan, brazos que abrazan, pechos que unen, vientres que entregan���, dos, son dos, en una soberbia danza que roza el fanatismo m��s bello, el de uno por otro.
El espacio huele a pasi��n por los cuatro costados, todo sabe a miel, a canela, a an��s, a hierbabuena, a deseo... Fuego���, se queman���
El ocaso se lleva el ardor de los rayos solares, pero no puede llevarse el de los amantes. Refresca en el patio de flores, pero dentro la lumbre sigue encendida.
Cae la noche, ellos no...

martes, 24 de junio de 2008

LOS FRUTOS DE LA IRA

Hoy he sido mala, lo confieso, he sacado esa parte oscura que todos llevamos a cuestas. He echado pasos atrás, he cogido la llave del pasado y le he dado un empujón a una vieja puerta, una que ya estaba cerrada. He recordado a ese chico guapo que hace bastantes años me lo dio todo y me lo quitó todo en un tiempo récord, sin explicaciones coherentes ni razón de peso alguna, y es que, supuestamente me quería, pero aunque todo estaba de nuestra parte, no era el momento, ¡¡¿y qué significa eso?!! Te aman un día y te maltratan al siguiente, pero ¿en qué mundo vivimos?
Yo lo perdoné, lo comprendí, lo toleré, incluso lo apoyé, pero el libre albedrío de las emociones se manifiesta tarde o temprano. No era verdad, ¡qué narices!, ¡cómo iba a comprenderlo o a perdonarlo!, todo este tiempo me he sentido como una idiota integral, como si alguien hubiese cogido una piedra, te la hubiese tirado a la cara y entre chorros de sangre tapando tu boca, tú dijeses estoicamente “no te preocupes, no pasa nada, te perdono”, manteniendo una estúpida sonrisa bañada de rojo. ¡Pues no señor, eso no es así!, lo de poner la otra mejilla lo dejo para los mártires, yo no lo soy, ni quiero serlo.
Ahora lo digo abiertamente, sentí una rabia infinita, me enfadé tanto que hubiese deseado ponerme a lanzar piedras contra él sin parar, esta vez literalmente. Sin embargo, eso no es correcto ni propio de alguien con educación. Me lo reprocho y estoy de acuerdo en que la violencia debe ser controlada, pero las emociones no, porque si se intentan controlar no desaparecerán nunca o se quedarán rezagadas acechando bajo otros disfraces. Mi ira contenida entonces, es rencor hoy. Sí, muy a mi pesar, uno puede mentir al mundo, pero nunca puede engañarse a sí mismo.
No se muy bien a partir de qué estímulo el recuerdo me ha llevado hasta él, al principio era agradable y entre un “¡ay, qué tiempos aquellos!”, me ha asaltado el deseo de saber cómo sería su vida ahora y, dicho y hecho, con una aparente inocencia me he puesto a bucear entre fondos de información virtual. Y como este mundo del ciberespacio es una cacharrería alucinante que tiene de todo y que registra todo aquello en lo que dejas alguna pequeña huella, pues cómo no..., ahí estaba él, con foto incluida.
Su trayectoria profesional parecía exitosa, pero la que a mí me interesaba hurgar, en mi ceremonia sadomasoquista, era su trayectoria afectiva y, claro, ahí no viene, por lo que me he puesto a hacer de nigromante infiriendo a través de su imagen cómo se sentiría . El tiempo ha menoscabado su rostro de niño bonito, es normal, a todos nos ha pasado en mayor o menor grado, pero la pérdida no se traduce tanto en la decadencia de su piel o sus facciones, sino en algo que va más allá. Sus ojos gritaban tristeza, ya no se ve ese brillo adornado por grandes pestañas negras que te hacían tambalearte con cada parpadeo. Era una mirada abandonada, vacía, dolida, atormentada, era una mirada de viejo en un cuerpo de joven. Creo que no es feliz.
Al principio, con las uñas afiladas y la sonrisa ácida, he sentido cómo me recorría el dulce placer de la vendetta, pero enseguida he sentido todo lo contrario y he sido consciente de mi fea conducta, ¿cómo puedo alegrarme con la idea de que él no sea feliz?. A veces somos carroñeros. Pero yo no quiero eso para mi, eso no forma parte de mi, no me reconozco, me lleva a la enajenación, a la despersonalización, me transporta a espacios negros donde me pierdo. Prefiero un puñetazo en la mesa a tiempo, que una rabia rancia y macerada.
En el fondo, los sentimientos negativos hacia otros son sentimientos negativos hacia uno mismo y la realidad es un espejo que siempre acaba devolviéndote tu propio reflejo. Pero supongo que, a veces, esto también es necesario. Hoy he arañado memorias y resentimientos y he comprendido que, por fin, lo he perdonado y quiero su bien, pero está vez de verdad, desde el fondo. Hoy he saltado del rencor al amor. Y si he sido capaz de perdonarlo a él, ¿por qué no iba a perdonarme a mí misma?.

lunes, 23 de junio de 2008

NOCHE MÁGICA

Hoy, día de la noche de las noches, la noche de San Juan. En esta noche hasta los más escépticos se dejan atrapar por rituales, hechizos, conjuros y creencias ancestrales. Muchos se excusan bajo el pretexto del juego y la tradición, pero en el núcleo de todo esto hay algo más, pudiendo sorprender a más de uno asomándose a escondidas a espejos, encendiendo velas, descifrando mensajes en recipientes con agua, escribiendo deseos secretos en pequeños papelitos que siembran en un tiesto, saltando hogueras, quemando en ellas trastos viejos, con el corazón cargado de deseos y esperando la medianoche para derramarlos hacia la luna o el mar... Y es que es difícil escapar al magnetismo de lo mágico, en el fondo todos albergamos aún a aquel niño ingenuo que un día fuimos y en el fondo seguimos esperando podernos encontrar con esos seres mágicos que llenaban nuestra vida de color y que siempre estaban ahí para escuchar nuestros ruegos y deseos.
El mundo adulto reniega de este tipo de fe, confinándola exclusivamente al mundo infantil y tachando de incauto, loco o infeliz al que sigue practicándola. Pero ocurre que, de vez en cuando, el adulto no puede resistirse a mirar por una rendijita el mundo mágico, sintiendo tristeza por la inocencia perdida y envidiando a esos niños que construyen fantasía a partir de una piedra y un palo. Son esos mismos adultos los que un día inventaron días especiales con el fin de darse permiso para regresionar a su niñez y dispensarse por unas horas una licencia de ese pensamiento mágico de otrora.

Esta noche es uno de esos días, noche mágica de encantamientos y conjuros, de alegría y juegos, de amores predestinados, de fuegos y pasiones, de aguas purificadoras, de balances y avances, de sueños emisarios, de ilusiones y deseos...
Esta medianoche desnudaré mi alma, echaré a la hoguera lo que pese, todo lo que encadene mis pasos, ataduras del pasado y del presente que bloquean mi camino hacia delante, renovaré mi energía, dejando atrás lo que deba estar atrás. Escribiré mis deseos en trocitos de papel, construiré pájaros con ellos y los echaré a volar, mensajeros que entregarán mis deseos a la luna. Hoy os invoco, seres de mi mundo mágico: hadas, ninfas, duendes, gnomos, elfos, trasgos, sirenas, dragones, unicornios, brujas, ángeles..., a todos, quedáis invitados a este aquelarre, os ruego me acompañéis en la liturgia del renacimiento.
Aprovechemos estas horas para sacudirnos el escepticismo y permitámonos ser niños otra vez, porque ellos conservan el don de la clarividencia, porque la magia siempre estuvo ahí, porque nada es casualidad, porque todo hecho comenzó siendo un sueño, porque los que no creen envejecen y mueren por dentro, porque creer es poder.
¡Feliz noche de San Juan!.

jueves, 19 de junio de 2008

ESCALANDO FONDOS

Ocurrió un día, no se qué día ni de qué mes, sólo recuerdo que el aire era cálido, que olía a flores frescas y que se podía escuchar el canto de los jilgueros, por lo que sospecho que estábamos en primavera. Había pasado mucho tiempo desde aquel día de verano en que la fatalidad me dejó el alma negra. Llevaba con esa negrura al menos tres años, suficiente tiempo como para que hubiese desarrollado cierta costumbre adictiva a ella. Ciertamente, no todo aquel tiempo había sido así, lo peor se dio en el primer año, en el que cada segundo que transcurría era un cuchillo que traspasaba mi corazón, recordándome ausencias, pérdidas, recuerdos, soledades, sueños rotos, besos vacíos, injusticias, dolor y más dolor...
Es difícil describir la sensación de tocar fondo, un fondo tan horrible que llegas a imaginar que el infierno no puede ser peor, donde la angustia aprieta tanto que el único analgésico posible es dejar de sentir entre los brazos de la muerte. Ésa era la única forma en que conseguiría dejar de dormir, dejar de soñar y dejar de despertar, porque ese ciclo cruel donde desapareces por unas horas entre sueños que te devuelven al pasado y te dibujan un futuro que ya nunca será, para después acabar inexorablemente abriendo los ojos y enfrentándote a la traición de lo onírico y al peso de la realidad, ese ciclo es, sin duda, la mayor tortura.
Pero, aún en el fondo más oscuro, puedes encontrar pequeños puntitos de luz que te señalan la posibilidad de alguna salida y, aún sin fuerzas, decides darle una oportunidad a la vida y te vas dejando llevar por el compás del tiempo y van pasando nuevos segundos, que poco a poco se computan por minutos, luego por horas, después por días..., hasta que, casi sin darte cuenta, tu percepción del tiempo comienza a normalizarse.
Había pasado casi un año cuando comencé a sentir la necesidad de subirme de nuevo al carro de la vida. Lo hice, pero inevitablemente lo hice con expectativas demasiado elevadas, esas que construyes bajo el cielo protector de seres queridos que, como si fueras una niña, te prometen un mundo feliz para no verte llorar más. Pensé que todo sería un camino de rosas, pero no fue así, porque ahí afuera no todos son seres protectores y no a todos les importa que llores. En aquel mundo nuevo para mí, viví mis primeras caídas con una vulnerabilidad tan desmesurada, que el que hubiese sido un daño lógico en otra realidad, en aquella se multiplicaba por mil.
Durante bastante tiempo, me caí y me levanté muchas veces. Con cada recaída mi mente exacerbaba el dolor pasado y lo mezclaba con el presente, creando una aleación peligrosa que me llevaba a querer tirar la toalla. Sin embargo, finalmente, conseguía ganarle la batalla al dolor, dejando cada noche la almohada empapada de lágrimas y despertando a nuevos soles por la mañana que me regalaban un nuevo motivo para vestirme, maquillarme, cargarme de valentía y salir de nuevo al mundo.
Uno, dos, ¿tres años...?, juraría que sí, que en aquella mañana cálida de primavera, con jilgueros y aroma de flores, habían transcurrido casi tres años desde aquel día negro. Acababa de despertar, me lavé la cara y me dirigí a la cocina. Estaba desayunando con la radio puesta, cuando me descubrí riéndome a carcajada limpia con uno de esos sketch radiofónicos. Me detuve a saborear aquella sensación y me sorprendió sentir algo que no pensé volver a sentir jamás: ¡era alegría!, me reía con ganas de verdad y no podía parar. Llevaba tanto tiempo intentando controlar cualquier emoción positiva por miedo a volver a encontrarme con otra nueva pérdida, que se me había olvidado algo tan sencillo como explotar de risa en un acto casi automático, inconsciente. La sensación fue recorriendo todo mi cuerpo, inyectándome una energía extraña que parecía abrir todos mis receptores a una velocidad extraordinaria, limpiando melancolías a su paso, venciendo resistencias y despegando mis ojos hasta poder percibir los colores de la vida.

Allí estaba yo, un día cualquiera, descalza, con una camiseta vieja, sentada frente a mi café con leche, con un paquetito de galletas maría en la mano, mientras experimentaba una revelación increíble. Sentí un deseo enorme de respirar el aire fresco, me levanté y corrí hasta la terraza, era un día precioso, cómplice de mis emociones. En ese momento fue cuando las sensaciones se grabaron como un recuerdo de brisa cálida, canto de jilgueros y aroma de flores, allí fui consciente de que estaba viva y viviendo.
Fui flotando hasta mi habitación, me vestí y fui hasta el baño para arreglarme, al situarme delante del espejo me reencontré, las sombras se habían ido, ya no veía la imagen de un ser gris, mis ojos brillantes y aquella gran sonrisa en mi cara eran la prueba de ello. Me puse a pensar sin dejar de mirarme en el espejo, aquello no era fruto de un día, llevaba mucho tiempo luchando por poder sentirme así, y ahora tenía todo el derecho a disfrutarlo, me sentí merecedora, por fin, de una vida mejor. Hacía ya tiempo que mi alma había comenzado a curarse y que las vivencias positivas empujaban fuerte, pero la curación también vino de la mano de las vivencias negativas. Todo había cumplido su papel en el proceso, ahora lo veía claro, sin las caídas nunca hubiese llegado donde ahora me encontraba.
El dolor quería partir y decidí no retenerlo, ya era pasado. Mi presente estaba preñado de ilusiones cotidianas y no me iba a resistir a ellas. Tenía tantas cosas por las que dar gracias, cada día estaba lleno de acontecimientos bonitos y cuánto más me abría a ellos, mejor me iba sintiendo. Me di permiso para ser feliz, sin culpabilidad por abandonar el dolor y sin miedo a volver a sufrir. De todas formas, lo que estuviese por venir, vendría igualmente, pero sólo cuando llegase comenzaría a preocuparme de encontrar el modo de afrontarlo. Y, desde entonces, comenzó a llenarse de vida mi vida.
Aunque la memoria del tiempo me falla (saludablemente), hay sabores, sentidos y aprendizajes de experiencias que nunca se olvidan. La vida me enseñó que, a veces, hay que dar una oportunidad al tiempo para poder ver las salidas, que el dolor te ayuda a crecer y a afrontar otros dolores venideros, que el camino andado siempre sirve y siempre te conduce a nuevos caminos, que permitirse la alegría es tan necesario como permitirse la tristeza, que el dolor pasado ya hizo su función curativa y que ahora ya no existe ni tiene sentido, que el presente nos guarda muchas sorpresas bonitas, pero que debemos ser nosotros quién las abramos, que intentar controlar la llegada de lo bueno para evitar el dolor de su pérdida, sólo nos arrastra a un círculo vicioso y absurdo que nos convierte en seres que viven una vida irreal.
Sentir, amar, llorar, reír, subir y bajar, en los extremos y en el equilibrio, son procesos necesarios e inevitables en todo ser vivo. Y, después de todo, con sus caras y sus cruces, creedme, la vida es bella.

domingo, 15 de junio de 2008

TE LO CAMBIO

-Hola pequeña-, me dijo aquel hombre con garrota que detenía mi camino todos los días.
-¿Dónde vas?- preguntaba como cada día
-A la escuela-, respondía yo, mientras apretujaba una gominola entre mis dedos.
-¿Qué llevas ahí...?, ¡vaya, vaya, es una golosina!, mmm... ¡te la cambio por lo que llevo yo en la mano!-, me proponía su trato con los ojos muy abiertos y una enorme sonrisa desdentada, mientras extendía hacia mí el puño cerrado.
-No se, no se..., es que me gusta mucho mi gominola y hoy no he comido postre-, respondía yo haciéndome de rogar.
-Bueno, entonces no sabrás nunca lo que llevo en la mano porque me lo quedaré para mí-
-Anda, dime lo que es...-, insistía yo movida por la curiosidad.
-¡De eso nada!, en eso consiste el juego, tienes que ser valiente, arriesgar y elegir.
-¡Ay....es que..., venga, vale, te lo cambio!
Entonces, el hombre abrió su gran puño descubriendo tres pequeñas ciruelas moradas, de esas recién cogidas del árbol, de esas que son miel pura.
–Las acabo de coger en el huerto, son para ti, pero ahora tienes que darme la golosina-, mantenía rotundo su trato.
-¡Sí, sí, claro, tómala, además prefiero las ciruelas, me encantan, gracias!
-¡Y ahora, venga, a la escuela, que llegas tarde!. Adiós, mocica-.
Me pellizcó con ternura el moflete y se alejó con el paso desequilibrado, apoyándose en su garrota. Me quedé observando cómo iba desapareciendo la figura renqueante bajo las sombras de las acacias y, de repente, me pregunté qué haría aquel hombre con la gominola, nunca había visto a un hombre tan mayor y casi sin dientes comerse una de esas gomas de fresa, así que decidí seguirlo unos pasos sin que él se percatara. Al girar la esquina se detuvo y yo me quedé observando discreta. Pero..., ¡cuál fue mi sorpresa cuando vi que se acercaba a una papelera a tirar mi golosina rosa!.
-¡Hala!, ¿por qué?-, pensé sin dar crédito, -¡pues vaya cambio malo que ha hecho, estos mayores están locos!- y me fui sin más a la sesión de tarde de mi escuela, aunque las tres horas que estuve allí no pude quitarme a ese hombre de la cabeza, dándole mil vueltas para encontrar una explicación lógica a aquel pacto raro.
Con los años y la ternura que ahora siento por los niños, he logrado entender el afán de aquel hombre en encontrar cualquier excusa por pellizcarme el moflete, más alguien tan solitario como él que podía llegar a vender su alma a cambio de unos minutos de atención. Además, con su actuación evitó alguna que otra caries en mi dentadura y acrecentó mi pasión por esas ciruelillas dulces que me siguen volviendo loca.
Durante años ese hombre fue haciendo otros tratos conmigo, siempre con el puño cerrado y siempre escondiendo algo mejor de lo que yo podía ofrecerle, que unas veces era un caramelo, otras unas pipas, otras una flor, otras una piedrecita que había llamado mi atención, otras algún bicho de los que solía recoger para investigar o, a veces, cuando me pillaba desprovista de algo material, sólo podía pagarle con un simple beso y, curiosamente, éstas eran las veces que más grande se mostraba su sonrisa mellada.
Los trueques con aquel hombre tosco, que siempre me paraba llamándome “pequeña o Heidi” con una dulzura sorprendente e impropia de la imagen robusta que exhibía, fueron construyendo en mi una fe férrea en lo que escondían las caras ocultas de las elecciones y aprendí a asumir riesgos sólo a medias porque siempre esperé salir ganando. Lo malo es que, a medida que creces, vas aprendiendo que muchos de los puños negociadores tan sólo son falsos especuladores que contienen feos regalos que te hacen salir perdiendo. A veces intentas subir el valor de tu ofrenda con la esperanza de que suba también la de la contraparte y acabas perdiendo más todavía. Con lo que comienzas a desarrollar cierto miedo ante los tratos de canjes invisibles porque has descubierto que los riesgos no siempre te guían a un final feliz y encoges el alma cuando alguien levanta un puño cerrado y lanza un –¡te lo cambio!-.
Pero, con miedo o sin miedo, con finales felices o no, la vida no ha dejado nunca de ser un misterioso juego de azar en el que sigue teniendo sentido la frase de aquel hombre que tanto me enseñó: -...tienes que ser valiente, arriesgar y elegir- y, aunque cuesta casi tanto como dar un salto al vacío, intento seguir aceptando el desafío de canjear, con tal de poder descubrir el interior de esos puños cerrados. Claro, muchas veces pierdo, pero merece la pena seguir aunque sólo sea porque, de vez en cuando, en alguno de esos días de suerte, aún consigo encontrarme con alguna de mis ciruelillas de miel.

viernes, 13 de junio de 2008

SU Y LA LUZ

No deja de sorprenderme el lado amable de la vida, a veces llegas a acostumbrarte a vivir en una sucesión de hechos negativos y trágicos y, aunque los aceptas y los asumes como parte natural de lo que nos toca vivir, no te abandona una cierta sensación de indefensión y de mala suerte. Esta era la realidad que llevaba siguiéndome durante muchos meses, entre algunas dichas, muchas desdichas, no sólo vividas en primera persona, sino especialmente a través de la empatía con algunos seres queridos que se han tenido que enfrentar a verdaderas tragedias.
En esto estaba mi querida Su, uno de esos extraños seres de luz con los que raramente te tropiezas en la vida y de los que ya no te puedes despegar. Todo parecía haberse configurado en su vida desde hacía dos años para oscurecer cualquier pequeño avance, todo iba objetivamente mal, tanto que te provocaba protegerla y curar sus heridas, tocarle la frente y retirar de ella todo dolor, eliminar su infortunio con una varita mágica y subirla al cielo de un impulso para que dejara de sufrir. La veía desaparecer poco a poco entre las garras de la tristeza, se iba haciendo pequeñita a cada golpe y marchitándose con cada intento fallido por renacer.
La he sufrido desde fuera, preguntándome a mí misma-¿qué te puedo dar?-, porque tan sólo mi apoyo, mi fuerza y mi cariño no eran suficientes, pero confiaba en que la luz volvería a ella y hoy he sido testigo de su resplandor. La he llamado justo en el momento en que ella tecleaba mi número (esas cosas de la sincronicidad) y, con sólo escuchar el color de su voz, he sabido que la luz la llenaba de nuevo, pero ahora mucho más radiante, mucho más viva que cuando la conocí hace ocho años. Me hablaba atropelladamente sobre una serie de actividades que ha emprendido desde hace un tiempo que le están llenando de energía, especialmente uno de esos cursos de autoayuda que acaba de terminar.
Me he quedado suspendida entre sus palabras, disfrutando del momento y del brillo con el que te envolvía su voz cuando me ha lanzado como un gran descubrimiento: -¡cuánto estoy aprendiendo, ¿sabes que es verdad?, que el poder la mente existe, que sí, Cris, que si crees realmente en algo, puedes conseguir todo lo que desees…!- Eran tantas las ganas y el entusiasmo que te podía hacer llegar, que contagiaba, emocionaba, traspasaba hasta el corazón y te podía devolver cualquier fe perdida, porque conocer la historia de vida de Su te hacía temer que se quedase paralizada por el sufrimiento.
La verdad, yo siempre lo supe, siempre confié en ella y en ese poder de su mente y siempre se lo dije, pero poder atestiguar su salto hacia adelante, su abandono de las tinieblas es un placer inexplicable.
Hoy se lo he vuelto a decir: -“tu eres luz y no puedes vivir la vida desde otro lugar y sí, las señales existen, la magia también..., tu regreso a la luz es buena prueba de ello”.
Por todo eso, este es uno de esos grandes momentos en que el velo negro de la vida se retira para dejarte ver su mejor gesto y, entonces, todo cobra sentido, todo vale la pena porque las penas valieron.
Todos merecemos ser felices, pero tú más que nadie, sigue brillando, mi querida Su.

jueves, 12 de junio de 2008

BENDICIONES

Son muchas las formas posibles de percibir los hechos que vivimos en presente, pero es sólo después de dejar que el tiempo los remoje, los procese y los ordene, cuando realmente te haces consciente de su efecto y significado. Regreso de una operación de rodilla, el hecho en sí no merece atención especial ni preocupaciones excesivas, son sólo trocitos del cuerpo, como un menisco y un ligamento y, aunque no quiero pecar de ingenuidad o de excesivo optimismo, dado que también soy consciente de las implicaciones negativas que esto acarrea, no puedo borrar de mi boca la sonrisa de boba que me acompaña desde el día que ingresé en el hospital.
Puede parecer extraño sentir alegría, satisfacción, optimismo y hasta euforia en un momento así, de hecho algún amigo, sorprendido por mis risas y sonrisas, me llegó a preguntar si me habían puesto algún tipo de droga para soportar mejor el dolor, con lo que consiguió volver a arrancarme otra buena carcajada con un “¡que no, que no, no te preocupes que esto también es normal, yo lo vivo así porque he elegido vivirlo así!”.
Y es que no hay mayor droga que elegir darle a cualquier evento un significado de bendición y así vivo yo este proceso y muchos otros desde hace tiempo, como bendiciones que me ofrecen regalos maravillosos, por lo que, cuando llegas aquí, sólo te queda una opción: agradecer. Precisamente ahora, lo que pesa por encima de toda la experiencia es un enorme sentimiento de gratitud, gratitud por ser afortunada de no padecer dolencias graves o irreversibles, pero gratitud sobre todo por haber recibido el mayor regalo en estos días, un regalo de amor, ese que viene en forma de llamadas, visitas, mimos y múltiples pruebas de apoyo que te recuerdan que hay gente que te quiere.
Hay cosas que aunque las sabes y te acompañan siempre como el hilo musical de tu vida, sólo se hacen verdaderamente salientes en determinados momentos y éste, si bien no es el que más, sí es uno de ellos. Por eso, hoy tengo que dar gracias a la vida por todo lo que me da, pero también por todo lo que me quita, porque eso me hace más humana, pero también más divina, porque me ayuda a crecer aprendiendo a luchar, a aceptar, a agradecer y a amar.
Gracias a todos los que configuráis ese haz de luz que es pilar fundamental de mi existencia, gracias por las palabras, las manos, las miradas, los mimos, el aliento, la energía, el calor, la luz, el amor… Más o menos implícitos, más o menos explícitos, estáis y, sin estar, sois, y sois mucho para mí.
Gracias, gracias y gracias.

miércoles, 4 de junio de 2008

Mordazas

En esta época de grandes inundaciones, mi corazón parece querer sincronizar con la meteorología. Entre grises y dorados, mi alma se desborda hasta casi el encharcamiento, como si un descontrolado ciclón de emociones hubiese pasado por ella dejándola anegada.
Es una de esas ocasiones en que algo se planta delante de tu vida para ponerlo todo patas arriba y, aunque la experiencia te ha enseñado que estos momentos son los que te hacen crecer y, aunque sabes que la sabiduría china tiene razón cuando usa el mismo ideograma para referirse a dos conceptos aparentemente tan distintos como crisis y oportunidad, te echas a temblar porque ante su llegada no puedes pensar en nada más que en términos de catástrofe. Y, como en todo desastre, la primera reacción es de impacto, de desorden y de bloqueo. En un estado así, es difícil pensar, mucho más encontrar una respuesta acertada y lógica y es que precisamente en eso consisten este tipo de vivencias, en algo que durante un tiempo te deja sin recursos de afrontamiento, al menos sin esos que son verdaderamente adaptativos.
No me quejo, al contrario, acepto la experiencia con todo lo que traiga, su caos, su descoloque, su inyección de dudas, sus noches de pesadillas, sus dormires tardíos, sus despertares tempranos con un punzada en el corazón que no te permite volver a pegar ojo…
Lo peor no es eso, sino esta modaza invisible que llevo adherida a la boca y que no me deja hablar, siquiera por pura catarsis. Yo, amante del verbo y parlanchina indomable, veo ahora bloqueadas mis palabras y no puedo hacer nada contra ello, sólo esperar. Tanto por decir y tanto silencio, pero éste no es un silencio sabio, ni aleccionador, sino un silencio venenoso porque no soluciona, porque no resuelve, porque no cura, sólo está ahí, pegado a mis cuerdas vocales como una sanguijuela, mintiendo, contaminando, enquistando. El mismo silencio que sujeta las riendas de la belleza, de la ilusión, de los sueños, del amor.
Quizá sólo es parte del periodo de gestación de los ingredientes esenciales para la metamorfosis, quizá el babel de sílabas que contiene mi cabeza, no sean sino ecos de coherencia que intentan tomar forma para cristalizarse en algo tan sólido que ninguna tempestad pueda tumbarlo. Y aquí inundada, en el silencio del forcejeo entre el derramamiento y la contención, decido ser fuerte para mantener bien tensa la red que los divide y me dispongo a achicar aguas poco a poco, con la esperanza puesta en aprender pronto a navegar.