domingo, 16 de noviembre de 2008

LA MAGIA DE LAS PEQUEÑAS COSAS


La magia de las pequeñas cosas, cuántas veces tendemos a olvidarla y cuántas veces nos descubrimos siendo felices por ella. Con la inocencia de una mañana otoñal, amaneces en tu tierra, te desperezas disfrutando el dulce sabor de un mensaje que luce en la mesilla y que te recuerda que hay alguien que sueña contigo, te detienes unos instantes a mirar las grietas del techo blanco recordando tantos momentos en esa casa añeja y balanceándote en la incredulidad de la transformación de tu vida. Palpas tu cuerpo debajo de las sábanas, asegurándote de que todo se halla en su sitio y frotas tus ojos para comprobar que ya has salido del sueño. -Sí, estoy aquí-, te dices, -soy yo, la que soñaba hace años con una vida distinta, pero ésta es la que tengo y me gusta, a pesar de no ser la soñada, a pesar de no haber logrado la vida perfecta de aquellas películas que colaban sus engaños del sueño americano por la pequeña pantalla en blanco y negro, a pesar de las pérdidas y fracasos, a pesar de haber transitado por los años sin esos grandes éxitos y eventos con que decoraba mi ilusión de princesita estúpida, a pesar de todo, me gusta lo que hay, lo que vivo, lo que soy. Este es mi hogar, mi cama, mis olores, mis colores, ése fue mi pasado y éste es mi presente, ¿pasó aquello?, sí pasó, ¿es real lo que vivo?, sí lo es, ¿y ese mensaje?, sí también-, y vuelves a leerlo…

Hace frío, mucho frío, un frío que te cala los huesos y es que, en estos caserones de antes, ni siquiera una buena calefacción es eficaz. Te lo piensas dos veces más, mientras escuchas los dibujos en la tele que tu sobrina tiene enchufada desde las ocho de la mañana, aunque sea domingo. Coges impulso y te atreves a dar un salto al suelo helado, te colocas rápido lo primero que pillas para abrigarte un poco y bajas las escaleras. Desayunas (sin diamantes) en la vieja cocina del pueblo rodeada de pucheros entre el aroma del buen café de tu madre y, acompañándote de fondo, su voz y la de la radio al unísono. Este café con leche no sabe igual que el tuyo, ni que el de nadie, porque es el café con leche de tu madre, único, sin igual. Unas galletillas maría y unas magdalenas, no hay nada como mojar esas delicias en el líquido marrón mientras tu madre cacharrea y te cuenta de la vida: que si ¿tú cómo estás?, que si yo lo que quiero es que estés bien y veros felices a todos, que si ojala tu padre y yo tengamos salud y podamos disfrutaros los años que nos queden, que si ojala que tengas suerte esta vez y te vaya mejor en la vida, que si ¡ay, hija mía, qué a gusto estoy hablando contigo!, que si os echo mucho de menos, que si estaba deseando cumplir la edad para jubilarme y poderos disfrutar, que si ¿qué te parece si hago de comer una sopa y unas albóndigas o a lo mejor tu hermana quiere otra cosa?, que si esto, que si lo otro… y tú te vas dejando acariciar por este momento que antes tan sólo veías como pura rutina, pero que desde esta edad ya has aprendido que esto es lo único verdaderamente importante y rezas para dentro para que haya muchas mañanas como ésta, desayunando entre los pucheros y la cháchara de tu madre y, entonces, sin querer, se te escapa una mirada de tristeza hacia su delantal.

Realizas las tareas de costumbre en esa casa, lo primero es lo primero, hay que poner orden y limpieza dejando el rastro del olor amoniacal de pino por todos los rincones, las camitas bien hechas, la ropa ordenada, la estufa al rojo vivo y la leña preparada para la próxima calda. Te aseas, te vistes a lo Lara Croft y decides ir a pasear por tus viejos montes con tu sobrina y un perrillo famélico que le acaban de regalar a tu padre. El pobrecico, por mucho que coma, es todo huesos, -debe tener lombrices- infieres con un aire científico de estar por casa (¡ea, ya ha llegao la lista que to lo sabe!). Coges tu coche adaptado al terreno, subes al perrillo anoréxico y espantadizo encima de tu sobrina y pones la música a todo trapo subiendo por aquellos carriles que cada vez se empinan más y se hacen más estrechos, tanto que si te cruzas con la ranchera de algún ganadero que baja de darle vuelta a las ovejas, casi te tienes que tirar al barranco mientras soportas la mirada de asco que te lanza, adivinando entre sus dientes algo así como “ya está aquí la creída de la capi que p’a un día que viene se cree que to es suyo”. Pero aguantas el tipo, haces una mueca de saludo y tiras para arriba. Llegas al lugar, ¡ay, dios mío, qué gozada, que día, qué luz, qué agua en el arroyuelo, qué sol entre las hojas caídas, anaranjadas, violetas, burdeos..., qué sonidos, qué colores, qué silencio!. El perrico gimotea como diciendo “¿dónde me habéis traído que no me gusta na de na?, ¿qué me vais a hacer?" y tú le miras a sus ojos redondos y le dices -calla perrico, calla, calla y escucha...- Tú señalas los grandes peñones de arriba, las rapaces planeando, el riachuelo, el sembrado de mimbre, los pinos, el camino de piedras, el estrecho… tu sobrina te mira pensando que estás loca y te dice “¿pero qué pasa?” y tú le contestas -nada cariño, sólo la magia de las pequeñas cosas…-

17 comentarios:

Ana dijo...

La magia de esas pequeñas cosas, mañanas de domingo con los tuyos disfrutando de lo que a veces no sabemos apreciar...
Ojalá sigas mucho tiempo viviendo y bebiéndote esos momentos.
Muchos besos.

el piano huérfano dijo...

no es ningun secreto que tu sabes reconocer la magia de las pequeñas cosas por eso lo vives tan tensamente.
Yo te deseo que cada pequeña cosa, de cada momento, te acompañe con la felicidad.

que el frio se convierte en un calor en el alma que los errores de pasado se convierten en aciertos

Anónimo dijo...

¡Qué lindo, cielo! Cuánto calor a pesar del frío; la magia de las pequeñas cosa, las miradas dulces de los inocentes, de tu sobrina, de mi hijo, del perro famélico y mi caballo de fuego, del sol y el calor del otoño, que cada día nos sorprende: hoy hacesol, mñana lluve a mares, pasado hace un frío horrible..., y las albóndigas de tu madre, las madres siempre preocupadas aunque tengamos más de treinta... (o de treita y cinco, jajaja).

calor, me has transmitido calor y ternura.

Besitos

Cristina dijo...

Ana, muchas gracias, te deseo lo mismo. Por mi parte, espero no perder nuca la capacidad de apreciar esas pequeñas-grandes cosas.

Piano, gracias corazón. Es cierto, eso es lo que me hace vivir intensamente porque así siempre encuentras un motivo para hacerlo. Estoy contigo, vamos allá, que los errores pasados se conviertan en aciertos presentes!!!

Reina, gracias a ti también cielete, es bonito compartir la emoción que se le pone a una vida. Tú también me dejas esta mañana un saborcito a calor y ternura.

Gracias a las tres por pemitirme disfrutar otra vez de la magia de las pequeñas cosas.

Muchos besitos.

loose dijo...

Vivir cada momento como si de la última vez se tratase...
Esa es la magia de la vida, sentirla a cada instante, con cada detalle.

Muchos besitos.

Raúl Navarro dijo...

Ya te he dicho alguna vez que para mí el olor a café evoca todas esas cosas que tan bien narras en tu post. Un café que, como señalas, no sabe igual en un lado que en otro y que te hace volver de nuevo al lugar donde siempre te supo bueno, donde siempre vas a disfrutarlo. Claro que el mensaje también es muy, pero muy apetecible.

Besos.

Anónimo dijo...

Al final las pequeñas cosas como un mensaje son las que nos hacen ser felices.

Espero que durante mucho tiempo puedas seguir disfrutando de todo lo que te rodea.

Besos Pompera.

Cristina dijo...

Loose, ojala tú también puedas encontrar esa magia. Besos.

Raúl y Pompera, cualquiera de estos dias os enseño todo eso que cuento, el café con leche de mi madre, sus pucheros y guisos, mis perrillos, el huerto, el olor a estufa y a leña recién cortada, mis montes y por supuesto ese rinconcito de la foto. Cualquiera de estos días. Muchos Besitos.

Anónimo dijo...

El granjero deberia aprender de tí, y pararse a contemplar la cosas bellas que pasan ante sus ojos.
He olido el café, escuchado el riachuelo y me han entrao ganas de echar un chuletón al perro.
Es lo que tienen las pequenas cosas...
saludos

Cristina dijo...

Gracias Ocram, bonico, pero no era granjero (eso es muy fino para mi tierra), era un pastor o para mayor precisión, un ganadero de ovejas o propietario de ganado ovino y sí, ciertamente, algunos por allí tienen el genio agrio, por eso (si me pilla el día bien y con paciencia, claro) yo intento desarmarlos con una sonrisa, aunque te miren con el colmillo fuera, el ceño fruncido y mascullen algún "¡atontá!, ¿tú qué te has creido?" En fin, una pequeña parte de la vida rural...Si me animo, otro día os escribiré algo sobre esto.

Me alegro de haber conseguido que me acompañases un ratito por allí, seguro que te gustaría, pero ten por seguro que lo del chuletón no funcionaría, te lo digo yo, que de comer no le falta, pero na de na, el pobre Bobi (que así se llama) es un saquillo de huesos.

Un besito.

Ana dijo...

Hola cielo! Por todo lo que me das, tengo algo para ti. En literatura.

besitos

Ana dijo...

te he dejado un regalito en mi blog.
Espero que te guste.
Besos

Cristina dijo...

Muchas gracias a mis dos Anas. No se si merezco tales honores, pero los acepto encantada y muy, pero que muy agradecida.

Unos besos gordos para las dos.

MR BLOG. dijo...

Nos tomamos el atrevimiento de añadir su blog a nuestro Círculo de Blogger´s, espero no le moleste.

Cristina dijo...

Hola Mr. Blog, bienvenido, claro que no me molesta, al contrario, es un honor, muchas gracias.

Os enlazo también y me pasaré por allí siempre que pueda.

Un saludo.

el piano huérfano dijo...

gracias por tu comentario
me gusta que te cae bien mi hijo
es muy especial, y no es solo pasion de Madre
tu sabes a que me refiero
y tambien sabes que él me ha dado mas vida que yo a él.

un beso
te echo de menos y mucho

MR BLOG. dijo...

Gracias Cristina, el honor es nuestro.