viernes, 18 de abril de 2008

Frustraciones



La frustración, desde que venimos a este mundo estamos condenados a sufrirla y a aceptarla. Ayer, viendo a mi sobrina de siete años llorar desconsoladamente porque un niño de su colegio no la había invitado a su fiesta de cumpleaños, se despertó en mí nuevamente la reflexión acerca de este sentimiento.
Llegaba de la escuela con la carita desencajada y sus inmensos ojos azules mustios y tristones, me vio y no se dispuso a correr hacia mí como de costumbre, lanzando su radiante sonrisa y extendiendo sus bracitos para que la cogiese al vuelo, simplemente se dirigió hacia otra habitación de la casa con la cabeza inclinada. Inmediatamente, mi hermana y yo nos acercamos a ella y le preguntamos: -pero, ¿qué te pasa Lauri?-, ella sólo decía: -nada, nada, que no me pasa nada- , nosotras le insistíamos: -venga, cuéntanos, que te conocemos, y sabemos que te ha pasado algo-. Después de varias insistencias, ella, sin poder contenerse, comenzó a sollozar gimiendo frases enmarañadas entre las que pudimos adivinar que se trataba de una evidente frustración.
Cuando le secamos los lagrimones que emanaban de sus grandes y expresivos ojos, conseguimos que contase tranquilamente el episodio. Efectivamente, un niño de su clase celebraría su cumpleaños en unos días, ella sí le había invitado previamente al suyo, pero aquella tarde el niño entregó sus invitaciones a otros excluyéndola por completo, mientras ella observaba la escena con la ilusión apuñalada.
Lógicamente, se me rompió el corazón de ver a ese ángel, pura inocencia, sensibilidad y cariño, destrozada por un hecho tan cruel. No intenté atribuir causas a la conducta del niño, no lo juzgué, simplemente pensé en lo injusto de que un ser tan limpio como Laura sufriera por el perverso incidente, perverso en sí mismo, no por la desconocida intención de su causante.
Estamos acostumbrados a oír sobre los beneficios que ejerce en nosotros padecer desengaños, decepciones, desilusiones y demás fracasos porque, teóricamente, “cuantos más golpes te da la vida, más fuerte te haces”. Pero me pregunto cuál es la enseñanza de un dolor como el que sufrió Laura; ¿cuál es el lado positivo del daño provocado por otros?, ¿hacernos fuertes?, pero ¿fuertes ante qué?, ¿para qué?, ¿qué se aprende del daño emocional que nos infligimos entre los seres humanos?
Desde pequeñitos, ya siendo bebés, sentimos frustrados muchos deseos, el deseo de seguir lactando más del pecho de nuestra madre, el deseo de que nos tomen en brazos, el deseo de que nos calmen el dolor de los cólicos, el deseo de que nos hablen y nos sonrían… Cuando vamos creciendo, los deseos se transforman, pero no así el número de frustraciones, que más bien va en aumento. Admito que es positivo desarrollar cierta tolerancia a la frustración provocada por el malogro de objetivos materiales o de metas más o menos ambiciosas (no puedo conseguir ese viaje y no pasa nada, no puedo poseer esos zapatos y no me muero, no puedo subir de categoría profesional y lo acepto, no puedo tener la casa de mis sueños y lo asumo, etc.). Pero lo que me parece innecesario y poco edificante es el aprendizaje extraído de la frustración fruto de las heridas producidas por nuestros congéneres, me refiero a ese daño que nos deja en el corazón el rechazo de otros, su desprecio, su olvido, su burla, su ofensa o simplemente su indiferencia.
Sinceramente, creo que el adiestramiento en esta clase de frustraciones es poco positivo y su producto, menos aún. Cuando pienso en ello, sólo puedo acordarme de la hostilidad, la desconfianza y la amargura que han sembrado en mí a lo largo de mi vida algunas personas que se habían asignado como cometido enseñarme la máxima de “lo afortunado de los golpes que te da la vida”, más allá de cualquier solicitud por mi parte de tales lecciones. Y rezo para adentro para que mis tres lindas sobrinas, aún sin contaminar, ingenuas, inocentes y amorosas, no tengan que sufrir ni aceptar frustraciones infértiles y destructivas, y para que vivan dentro de la realidad, pero luchando por mejorarla, incluso por moldearla a su antojo, porque podrán hacerlo, construyendo una realidad hermosa, la suya, que no por ello irreal.
Lo dado, lo esperado y lo aceptado, no siempre es lo bueno, ni lo verdadero, ni lo justo, ni lo que nos sirve para vivir nuestra propia vida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad es que desde muy pequeños la vida te da palos y decepciones, pero hay que ir superandolo.Mi teoría es intentar no tomarte las cosas tan a pecho,espero algún día conseguirlo.Y sobre todo no esperar tanto de los demás, hacer lo que uno desea pero sin esperar nada a cambio. Yo a veces me decepciono con la gente porque espero que me den lo que doy yo. Saludos de la madrileña del gym. ENHORABUENA por tu blog, Cristina.

Anónimo dijo...

Frustración es tener este regalo y no poder disfrutarlo más a menudo...